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y siento que es su forma de hacer las paces conmigo y de admitir que estaba equivocada.<br />
Julián también se ha bajado de la furgoneta y mira a su alrededor, con los ojos y la boca abiertos de<br />
par en par. Sigue teniendo el pelo mojado y se le ha empezado a rizar un poco por las puntas.<br />
—Está bien— le digo. Alargo el brazo y le cojo la mano. La alegría vuelve a recorrerme. Aquí está<br />
bien cogerse de la mano, acurrucarse juntos para darse calor, acoplarse por la noche como estatuas<br />
diseñadas para encajar una al lado de la otra.<br />
—¡Venga!— Tack camina hacia tras, dando saltitos, hacia la nave — Estamos acabando de preparar<br />
el equipaje y nos vamos. Ya hemos perdido un día. Hunter nos estará esperando con los otros en<br />
Connecticut.<br />
Raven sube un poco más la mochila y me hace un guiño.<br />
—Ya sabes cómo es Hunter cuando esta de mal humor— dice. Más vale que nos pongamos en<br />
marcha.<br />
Noto la confusión de Julián: el tamborileo del diálogo, los nombres desconocidos, la cercanía de los<br />
árboles, descuidados y sin podar; todo eso debe de ser abrumador. Pero yo se lo enseñaré y a él le<br />
encantará. Aprenderá y amará, y le encantará aprender. Las palabras discurren por mi interior como un<br />
rio, serenas, hermosas. Ahora hay tiempo absolutamente para todo.<br />
—¡Esperad!<br />
Salgo corriendo tras Raven, que ya ha echado a andar detrás de Tack. Julián se queda atrás. Mantengo<br />
la voz baja para que no me oiga.<br />
—¿Tú… lo sabías? —pregunto tragando saliva. Me noto sin aliento, aunque he corrido menos de<br />
ocho metro—. Lo de mi madre, quiero decir.<br />
Raven me mira confundida.<br />
—¿Tú madre?<br />
—Chist.<br />
Por alguna razón, no quiero que Julián se entere, es demasiado, demasiado profundo, demasiado<br />
pronto. Ella niega con la cabeza.<br />
—La mujer que vino por mí en Salvamento —insisto a pesar de la mirada de total confusión de<br />
Raven—. Tiene un tatuaje en el cuello: 5996. Ese era el número de presa de mi madre en las Criptas —<br />
trago saliva. Era mi madre.<br />
Ella extiende los dedos como para tocarme el hombro: luego se lo piensa y deja caer la mano.<br />
—Lo siento, Lena. No tenía ni idea.<br />
Su voz es inusitadamente tierna.<br />
—Tengo que hablar con ella antes de que nos vayamos —le pido—. Hay… hay cosas que tengo que<br />
decirle.<br />
La verdad es que tan solo hay una cosa que quiero decirle, y pensar en ella hace que el corazón se me<br />
acelere. ¿Por qué, por qué, por qué? ¿Por qué dejaste que te llevaran? ¿Por qué permitiste que<br />
pensara que habías muerto? ¿Por qué no volviste por mí? ¿Por qué no me amaste más?<br />
Una vez que permites que la palabra se introduzca, una vez que permites que arraigue. Se extiende<br />
como el moho por todos los rincones y lugares oscuros. Con ella aparecen las preguntas y los miedos<br />
temblorosos, escindidos, suficientes para mantenerte siempre despierta. La ASD tiene razón sobre eso, al<br />
menos.