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escenario del Javits Center. Resulta impensable que aquella imagen fría que se proyectaba en la pantalla<br />

pueda ser la misma persona. Me pregunto si aquel chico es el verdadero Julián o lo es este, y si hay algún<br />

modo de saberlo.<br />

Entonces me doy cuenta: ya tampoco estoy segura de quién es la verdadera Lena.<br />

—Estamos listos —declara Julián.<br />

Rodeamos los montones de basura y los improvisados refugios que cubren el andén. Por donde quiera<br />

que vayamos, alguien nos observa. Hay siluetas que se agazapan en las sombras. Han sido obligados a<br />

vivir aquí abajo, como nosotros nos hemos vistos forzados a vivir en la Tierra Salvaje: todo por una<br />

sociedad de orden y regularidad.<br />

Para que una sociedad sea sana, ni uno solo de sus miembros puede estar enfermo. La filosofía de la<br />

ASD tiene unas implicaciones más profundas, mucho más profundas, de lo que yo cría. Los peligrosos no<br />

son solo los incurados: también los diferentes, los deformes, los anormales. Ellos también deben ser<br />

erradicados. Me pregunto si Julián se da cuenta de esto o si lo ha sabido siempre.<br />

La irregularidad debe ser regulada, la suciedad debe ser limpiada, las leyes de la física nos enseñan<br />

que los sistemas tienden gradualmente al caos y por eso hay que trabajar sin tregua contra él. Las reglas<br />

de la censura están incluso escritas en el Manual de FSS.<br />

Al final del andén, el hombre rata baja a las vías de un salto. Ahora camina bien. Si resultó herido<br />

durante la refriega con los carroñeros, le han atendido y vendado. Julián va detrás y luego me ayuda: alza<br />

los brazos y me sujeta de la cintura mientras bajo torpemente del andén. Aunque me siento mejor que<br />

antes, todavía no me muevo bien del todo. Llevo demasiado tiempo sin comer ni beber lo suficiente y<br />

continúo notando un zumbido en la cabeza. Al apoyar el pie izquierdo, me falla el tobillo y por un<br />

momento caigo sobre Julián. Me golpeo la barbilla contra su pecho, pero él me sujeta entre sus brazos.<br />

—¿Estás bien? —pregunta. Me siento muy consciente de la cercanía de nuestros cuerpos y de la<br />

calidez de sus brazos.<br />

Me aparto de él mientras el corazón se me dispara.<br />

—Sí, sí —digo.<br />

Luego llega la hora de adentrarse una vez más en la oscuridad. Me resisto y el hombre rata debe de<br />

pensar que tengo miedo. Se vuelve y dice:<br />

—Los intrusos no llegan hasta aquí. No te preocupes.<br />

Él no lleva linterna ni lámpara. Me pregunto si usaron el fuego solo para intimidar a los carroñeros.<br />

El túnel esta oscuro como la boca de un lobo, pero el hombre rata parece ver perfectamente.<br />

—Vamos —me anima Julián, y seguimos al hombre rata a la luz mortecina de la linterna,<br />

adentrándonos en las tinieblas.<br />

Caminamos en silencio, aunque el hombre rata se para de vez en cuando y chasquea la lengua como si<br />

llamara a un perro. En cierto momento se agacha, saca de los bolsillos del abrigo trozos de galletas<br />

aplastadas y los esparce por el suelo entre las vigas de madera de las vías. De los rincones del túnel<br />

emergen las ratas: olisquean sus dedos, se pelean por las migajas, suben de un salto hasta sus palmas<br />

abiertas y corren hacia arriba por sus brazos hasta los hombros. Es horrible verlo, pero no puedo apartar<br />

los ojos.<br />

—¿Cuánto tiempo llevas aquí? —pregunta Julián cuando el hombre rata se pone derecho otra vez.<br />

Ahora oímos a nuestro alrededor un sonido de uñas y dientes pequeñitos, y la linterna ilumina rápidas

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