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Suspira, se pasa una mano por el pelo.<br />
—No me acuerdo de nada.<br />
—Inténtalo.<br />
Mueve la cabeza como esforzándose por liberar los recuerdos, se echa hacia atrás de nuevo y se<br />
queda mirando al techo.<br />
—Cuando aparecieron los inválidos durante la concentración…<br />
Hago una mueca inconsciente cuando pronuncia esa palabra. Tengo que morderme el labio para no<br />
corregirle: carroñeros. No inválidos. No todos somos iguales.<br />
—Sigue —le animo. Me desplazo a lo largo de las paredes, pasando las manos por el cemento. No sé<br />
lo que espero encontrar. Estamos atrapados, no hay más. Pero parece que a Julián le resulta más fácil<br />
hablar cuando no le miro.<br />
—Bill y Tony, los escoltas de mi padre, me agarraron y tiraron de mí hacia la salida de emergencia.<br />
Lo habíamos planeado con anterioridad: en caso de que sucediera algo, se suponía que deberíamos entrar<br />
en los túneles y esperar a mi padre —su voz se quiebra un poco al pronunciar la palabra padre y tose—.<br />
Los túneles estaban oscuros. Tony fue a buscar las linternas que había escondido antes. Entonces oímos.<br />
un grito y un ruido como un chasquido. Como una nuez, Julián traga saliva. Por un momento me siento mal<br />
por él. Ha visto mucho en un tiempo muy breve.<br />
Pero me recuerdo a mí misma que su padre y él son la razón de que existan los carroñeros, de que se<br />
vean forzados a existir. La ASD y otras organizaciones similares han ejercido presión y han recurrido a<br />
todo tipo de tretas para eliminar cualquier sentimiento del mundo. Han tratado de impedir que explotara<br />
el géiser del descontento taponándolo con un puño de hierro.<br />
Pero la presión acaba por acumularse y al final la explosión llega siempre.<br />
—Entonces Bill se adelantó para asegurarse de que Tom estaba bien —prosigue—. Me dijo que no<br />
me moviera, así que me quedé esperando donde estaba. Y entonces. alguien me cogió del cuello desde<br />
atrás. No podía respirar. Todo se volvió borroso. Otra persona se acercó, pero no le vi la cara. Entonces<br />
me golpearon —se señala la nariz y la camisa—. Perdí el sentido. Al despertar estaba aquí. Contigo.<br />
He terminado mi inspección de nuestra improvisada celda, pero me siento llena de energía nerviosa y<br />
no consigo sentarme. Continúo dando vueltas de un lado para otro, con los ojos fijos en el suelo.<br />
—¿Y no te acuerdas de nada más? ¿De ningún otro ruido o algún olor?<br />
—No.<br />
—¿Y nadie ha hablado? ¿Nadie te ha dicho nada?<br />
Se produce una pausa.<br />
—No.<br />
No estoy segura de si está mintiendo o no, pero lo paso por alto. Noto cómo se apodera de mí el<br />
agotamiento total. El dolor vuelve a martillarme el cráneo y veo puntos de color que estallan tras mis<br />
párpados. Caigo pesadamente en el suelo y me llevo las rodillas al pecho.<br />
—¿Y ahora qué? —pregunta Julián. En su tono se percibe cierta desesperación. Me doy cuenta de que<br />
sí es consciente de nuestra situación. Y no está sereno: está asustado, y lucha contra ello.<br />
Apoyo la cabeza en la pared y cierro los ojos.<br />
—Ahora, a esperar.<br />
Es imposible saber qué hora es y si es de día o de noche. La bombilla lanza una plana luz blanca.