premiar la anormalidad. Haces una carrera, encuentras trabajo, te matas a currar y ahora te dicen; has trabajado tanto que debes parar. ¡No entiendo nada!” Una vez en la cama, hizo por conciliar el sueño. Intentaba calmarse con su imagen crepuscular favorita. Se veía en un bosque nevado, caminando entre abetos y abedules todos preñados del blanco manto. Se acercaba con paso lento a una cabaña de madera, con un prominente tejado a dos aguas. La chimenea expelía una espesa cortina de humo muy límpido. En el interior de la cabaña, todo estaba en armonía. Se acurrucaba junto a la ventana e imaginaba los destellos de la aurora boreal en el cielo. Esas sensaciones le acercaban la paz necesaria para dormir. 14
II Al día siguiente, Luís se encontraba desayunando en la cafetería del Hotel, con el resto de compañeros de la regional andaluza. En ese momento, advirtieron que un taxi se detenía en la misma puerta del Hotel. Del mismo se apearon el director general de Credimundo y dos directivos a los que, Luís, apenas había visto en alguna ocasión. “Demasiado pronto para que estén aquí, -pensó-. Tanta premura y puntualidad me extraña. Tal vez tenga razón Manolo. Quizás no sea tan descabellado pensar que nos vamos todos a la mierda. No les cuesta nada echarnos. Menos que una de sus habituales jaranas”. Alejandro Portugal, delegado en Sevilla y, a todos los efectos delegado regional in pectore, visiblemente alterado, exhortó a terminar ipso facto el desayuno y marchar a la sala reservada para la reunión. “Corred, -decía-, que va empezar el evento”. El salón del que disponían era desmesurado, grande y desangelado. La mesa, con doce sillas, se perdía en aquella inmensidad de espacios umbrosos y cortinas de terciopelo verde. No había luz natural, solo potentes focos artificiales que trazaban haces de luminiscencia grosera sobre la mesa de reunión. El resto de la sala permanecía en una silente penumbra. Blas, acercándose a Luís, le dijo al oído: “¡Quillo, esto parece una sesión de espiritismo!”. Tras los saludos de protocolo, Ángel Villarrubia, director general de la sociedad, tomó asiento, haciéndolo al unísono el resto de directivos. Durante varios minutos, no se oyó otra cosa que el crepitar de los papeles. Se sacaban de las carteras. Al rato se metían en las carpetas. Villarrubia, de vez en cuando, se acercaba a la oreja del responsable de morosidad y le susurraba frases inaudibles, este, respondía con constantes asentimientos de cabeza. Y de nuevo se volvían a sacar los papeles. Luís no sabía dónde buscar una mirada cómplice. De la carpeta a la cartera, de la cartera a la mesa, de la mesa a la carpeta. Por fin, tomó la palabra Jaime Gutiérrez, responsable de financiación. Atusándose al cuello una pajarita, comenzó a hablar con voz atiplada, agradeciendo a todos su presencia y explicando los motivos de la reunión. Apuntó, que efectivamente se pretendía desde el gobierno enfriar la economía para controlar la inflación y potenciar el ahorro. Se limitaban los créditos y, el resultado de todo ello era que Credimundo, había rebasado ya su tope de inversión para el año. No se concedería ningún crédito hasta nueva orden. Nadie ignoraba que la situación en el mercado de Credimundo, aún no estaba consolidada. Tras un periodo de expansión frenético, durante el primer lustro de los ochenta, le había seguido un segundo ciclo de asentamiento no culminado. <strong>Los</strong> ratios de inversión, se habían disparado de forma desordenada y, con ellos, la obtención rápida de beneficios, pero la morosidad, las fuertes comisiones que se abonaban a los intermediarios y la concentración de riesgos, determinaban una cierta sensación de inestabilidad. Gutiérrez, cedió la palabra, tras su breve intervención al director general. Su apariencia, distaba mucho de ser la del ejecutivo al uso. Era un hombre entrado en años, de imagen no demasiado cuidada. Gustaba vestirse con camisas oscuras y trajes de corte antiguo, lo que le confería un aspecto chocante. Sin embargo, en el trato, era aparentemente cordial, incluso daba la impresión de adoptar una postura de confianza ante sus subordinados. No consentía las reverencias hacia su persona y, el habla, en ocasiones se tornaba paternalista, especialmente con los empleados más jóvenes. A pesar de todo, nadie se fiaba de él. Muy pocos sabían de su pasado. Algunos, decían tener pruebas irrefutables, de que era un invertido. Constaba que, en su 15
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Luís quedó un tanto desconcertado
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XI La luz diurna día iba menguando
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Luís conocía, de vista, a dos de
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Desde el banco, llamo a la sucursal
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sospechó, que no todos los valores
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Respiró con cierto alivio. Zarande
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lamentos laborales y preocuparla po
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XIII La mañana del veinticuatro de
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