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Los imperios perdidos Juan Carlos García-Ojeda Lombardo

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Entraron después en la vivienda. <strong>Juan</strong>a iba dando explicaciones de las distintas finalidades<br />

que podían darse a los rincones de la casa. Las habitaciones no eran demasiado grandes, eso le<br />

confería un ambiente acogedor, pese a la desnudez de muebles y adornos.<br />

Mientras la aparejadora y Ana se reafirmaban en su buen gusto constructivo, Luís subió a la<br />

buhardilla. No estaba diáfana como suponía. Un pequeño tabique, con una puerta estrecha,<br />

segregaba la habitación por la parte donde el techo comenzaba la caída En un primer momento,<br />

se enojó. Precisamente, si le gustaba el abuhardillado era por el suave declivio con que se unen<br />

techo y pared. Abrió la puerta. Habían hecho colocar un lucernario de cristal transparente que<br />

abarcaba la mitad del tejado. Tenía vista directa a Sierra Nevada y a la jardinería y murallas del<br />

Generalife. Justo a los pies, se veía el campo de fútbol y la piscina. Quedó prendado. Se sentó en<br />

el suelo, con la espalda en la pared. Oía el rumor de las voces que provenían de la planta baja.<br />

Encendió un cigarro y cerró los ojos. Al poco, entró Ana. También se emocionó. <strong>Juan</strong>a les dijo:<br />

- Es mi sorpresa y mi regalo. No os lo había querido adelantar.<br />

- ¡Has tenido mucho gusto! ¡Felicidades! –Dijo Luís con su dedo pulgar levantado.<br />

- Sabía que os gustaría. ¡Me siento orgullosa! – Dijo <strong>Juan</strong>a guiñando el ojo derecho.<br />

- Desde aquí, parece vayas a caer al campo de fútbol, -Dijo Ana tocando el cristal del<br />

lucernario.<br />

- ¡Ah, por cierto! He de deciros que el campo ya lo han inaugurado. Me lo ha dicho el<br />

guardia de la comunidad.<br />

- ¿Quiénes has sido los cabrones Esto está vallado. – Dijo Luís enojado<br />

- ¡No se! El guardia dice que le vio buena pinta. Sus botas de tacos y todo eso que os<br />

ponéis y pensó que eran amigos.<br />

- ¡Debo hablar con él! Se le paga para que cuide esto.<br />

Luís se quedó de nuevo solo. Estaba ofuscado pensando quiénes serían los que habían<br />

estado jugando en el campo. Deseaba hablar con Jorge, el guardia de la urbanización.<br />

Acto seguido, instintivamente, fijó la vista en el horizonte. El sol se escondía sin remisión a<br />

sus espaldas y los reflejos rojizos del crepúsculo, se irisaban sobre el verdor de La Alhambra.<br />

Desde allí, parecía la estampa de un cuento oriental.<br />

“Cuando Alexander Korda rodó “El Ladrón de Bagdad”, debió ser después de estar en<br />

Granada. –Pensó-. Ese color azul amianto de las casas por donde corría Sabú, es el mismo que<br />

reflejan las piedras de las murallas. Podría estar aquí horas enteras y ver pasar las agujas del<br />

reloj”<br />

Casi de noche, dejó su trono. No le importó, sabía que podía tener más dosis de ese poder<br />

que ansiaba; levantar los ojos y ser emperador de la paz interior. Flotar en aquel ambiente<br />

sahumado y vaporoso y dejarse ir, mezclado con el entorno. Identificarse con él, sin perturbarlo.<br />

Conseguir, en suma, la tranquilidad infinita de quienes nunca se sienten importantes.<br />

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