Los imperios perdidos Juan Carlos GarcÃa-Ojeda Lombardo
Los imperios perdidos Juan Carlos GarcÃa-Ojeda Lombardo
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Luís fue caminando unos metros junto al viejo. Miró hacia atrás y vio el coche como si<br />
estuviera envuelto en una neblina grisácea. Pensó que no se podría montar en bastante rato.<br />
Detenido en aquel barbecho, era un trozo de metal expuesto a la insolación. Aprovechó para<br />
entablar conversación con aquel viejo que parecía tener colmadas sus aspiraciones vitales en<br />
aquella chabola de cañas y cajas rotas, una hamaca de tela verde y un botijo colgado de una<br />
rama del sauce. El viejo le invitó a beber agua y, sacando un pequeño taburete de madera, le<br />
instó a que se sentara junto a él. Luís aceptó gustoso. Sintió paz al lado de aquel hombre. Aquella<br />
cara repleta de arrugas y renegrida por el sol, le transmitía serenidad. El viejo había conseguido<br />
crear un microclima en aquel habitáculo al margen de la insoportable temperatura exterior. No<br />
pasaba nadie por la carretera secundaria. A los lejos, se oía el eco de los motores que circulaban<br />
por la nacional.<br />
- Bueno hombre. ¿Y cómo ha sido perderse –Preguntó el viejo encendiendo un cigarro que<br />
le dio Luís.<br />
- Me he debido perder más allá de Torredonjimeno. Quería ir a Granada por Alcalá la Real.<br />
- No le puedo decir. No conozco mucho las carreteras<br />
- No sabía que hubiera aquí un paso elevado. Siempre oí que se accedía directamente a la<br />
general.<br />
- Menos mal que lo han hecho –Dijo el viejo rascándose el cuello- Si usted supiera la<br />
cantidad de accidentes que se han evitado con la obra. El cruce de antes, era criminal. Yo vivo en<br />
las casas del otro lado de la carretera. Cuando llega la primavera, casi todas las tardes me salgo<br />
aquí un rato para no estorbar a la mujer. Desde aquí he visto muchos golpes, algunos muy malos.<br />
Luís quedó dubitativo. Pensó que tal vez, aquel hombre, supiera algo del accidente de su<br />
padre. Meditó la posibilidad de preguntarle abiertamente. Sin embargo, no quería entablar un<br />
diálogo triste y depresivo en primera persona. Afilándose con la mano derecha el mentón,<br />
preguntó:<br />
- ¿Es usted aficionado al fútbol<br />
- Antes lo era. ¡Ahora me aburro! Se juega con muchos defensas y no me gustan los<br />
partidos que veo.<br />
- Verá usted. Es que estoy cayendo en la conclusión de que en este cruce tuvo un<br />
accidente, hace muchos años, el padre de un amigo mío que era futbolista.<br />
- Creo que se de quien me habla ¿Cómo se llamaba<br />
- David Santerbal<br />
- ¡Hombre claro que si! Eso no se me olvidará mientras viva. Acababa de llegar a la casa de<br />
trabajar en los girasoles y oímos el golpe. Fue tremendo. Cuando me asomé, vi un espectáculo<br />
horrible. ¡La puta carretera! Estaba el coche del futbolista hecho un acordeón<br />
- ¿Pudo ver al padre de mi amigo<br />
- Me acerqué al lugar. Tardaron un rato en llegar los picos de la Guardia Civil y las<br />
ambulancias. No había nada que hacer. ¡El padre de tu amigo ni se enteró! Ese hombre murió en<br />
el acto. Después, me dijeron quien era y que había jugado en primera.<br />
Luís estaba discretamente conmovido. Lo disimuló. Quería terminar la conversación referente<br />
a su padre. Se daba por satisfecho con las explicaciones. Era mucho más de lo que esperaba<br />
obtener.<br />
El viejo habló después de sus hijos. Uno era sargento de artillería en Viator. El menor,<br />
trabajaba en la azucarera. Decía que apenas había salido de allí, desde que terminó la guerra<br />
civil.<br />
- Yo estuve en Porcuna. No vea usted lo que empujaban los moros. Raro era el día que no<br />
caían varios de los nuestros<br />
- ¡Sí! Tengo entendido que aquí fue dura la cosa. –Dijo Luís oteando el horizonte y<br />
vislumbrando a los lejos el destartalado campo de fútbol<br />
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