Los imperios perdidos Juan Carlos GarcÃa-Ojeda Lombardo
Los imperios perdidos Juan Carlos GarcÃa-Ojeda Lombardo
Los imperios perdidos Juan Carlos GarcÃa-Ojeda Lombardo
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
IV<br />
El lunes amaneció dorado, como si la luz malva que pregona la mañana se hubiera olvidado<br />
asomar su cara. Luís se sentía bien, pese a haber dormido poco. Parecía haber recobrado parte<br />
de ese estado natural de tranquilidad. Intentaba asimilar, mientras se duchaba, aquella máxima<br />
de, “cada día su propio afán”. Pensaba que las puertas que se abrían en su nueva tarea laboral,<br />
daban acceso a un lugar tan ignoto, que los problemas debían solucionarse conforme fueran<br />
presentándose.<br />
Se permitió la licencia de llegar tarde a la oficina. Desayunó con toda tranquilidad en la<br />
terraza de una cafetería de Plaza Nueva. Se esforzó por no salir de aquel estado de asimilación<br />
de la incertidumbre. Insistió en no tener miedo. Su madre no paraba de decirle, “la felicidad es la<br />
ausencia del miedo”.<br />
Cuando entraba en la oficina, le llamó la atención ver, a través de la cristalera, como Carmen,<br />
su secretaria, corría con unas carpetas bajo el brazo en dirección a su despacho. Una vez dentro,<br />
comprobó que la puerta estaba cerrada. <strong>Los</strong> empleados lo miraban con cara de circunstancias.<br />
“¿Qué pasa aquí”, preguntó sin poder disimular un cierto nerviosismo. Nadie decía nada.<br />
Recorrió con la mirada todas las mesas y todos bajaban la vista sin decir absolutamente nada. En<br />
ese momento, se levantó Andrés, el responsable comercial, tomándolo del brazo, lo apartó unos<br />
metros de los demás y, al oído, le dijo:<br />
- Tienes una inspección. Ha venido gente de Sevilla y nos están pidiendo todo tipo de<br />
papeles. Están aquí desde las ocho de la mañana. He llamado a tu casa pero nadie ha<br />
contestado.<br />
- ¿Cómo que una inspección regional –Dijo Luís a voces-. Nosotros somos ya la dirección<br />
regional de Andalucía Oriental. Aquí nadie puede venir de Sevilla a auditar nada.<br />
Ante la sorpresa de todos, abrió con violencia la puerta de su despacho. En su mesa se<br />
encontraba Santiago Herrera, jefe regional en Sevilla del departamento de auditorias internas y,<br />
frente a él, sentada en un sillón de confidente, estaba Carmen. Con cara asustada, no paraba de<br />
entregar documentación al auditor. Luís, se acercó a la mesa, e interrumpió una de las entregas<br />
de papeles, quitándoselos de la mano a Carmen y tirándolos al suelo. Con voz grave y<br />
garraspeante, le dijo a Carmen:<br />
- Haz el favor de salir de mi despacho. Necesito hablar con este individuo a solas.<br />
- Está aquí por orden mía y no va a salir.- Dijo Santiago a la vez que hacía gestos a Carmen<br />
para que permaneciera sentada.<br />
- ¿Quién coño te manda venir a auditarme<br />
- Sigo precisas instrucciones de nuestro director regional. Es simple rutina. Tengo a mi<br />
equipo en la calle haciendo algunas comprobaciones. Tranquilo chico, todo es simple rutina.<br />
- ¡Levanta de mi silla o te doy una patada en los huevos! Estás sentado en la silla del<br />
director regional de Andalucía Oriental y no autorizo tu presencia y tu gentuza aquí.- Dijo Luís<br />
enseñando el puño-. Y añadió: ¡Llama a Madrid y verifica lo que te he dicho, hijo de mala puta!<br />
La cara de Santiago Herrera, cambió radicalmente. Tragó dos veces saliva y sus ojos<br />
languidecieron en un gesto de derrota. Con evidente torpeza, se levantó del sillón e hizo uso del<br />
teléfono. De inmediato, Luís ocupó su sitio y le indicó a Carmen que se marchara. Cuando abrió la<br />
30