Los imperios perdidos Juan Carlos GarcÃa-Ojeda Lombardo
Los imperios perdidos Juan Carlos GarcÃa-Ojeda Lombardo
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Anuló todas las citas y reuniones que tenía para los días de celebración del curso. Intentó<br />
auto convencerse de la necesidad de no angustiarse prematuramente y dejar pasar los<br />
acontecimientos en espera de épocas mejores. Quiso olvidarse de sus angustias y de la<br />
sensación canalla de que estaba perdiendo una parte de su vida, que nadie le devolvería, entre<br />
contratos, reuniones, amistades hipócritas, comidas sin sentido y morosos. Determinó no mirar<br />
atrás, cuando una larga melena cubría su cabeza y andaba por la calle sintiéndose el rey de las<br />
aceras.<br />
Hubo un tiempo, al cumplir los veinticinco, en el que se preocupó por el paso de los años.<br />
Temió haber equivocado el rumbo de la vida. No asimiló los años que estuvo estudiando. Estaba<br />
convencido que su meta en este mundo, era más primitiva que conocer los detalles de las<br />
magnitudes económicas de las mercantiles. Siempre quiso ser futbolista. Tampoco le hubiera<br />
importado ser el encargado de un faro o pastor e, incluso, guardia rural perdido en una casa entre<br />
la sierra. En los malos momentos, tuvo una cierta sensación de pérdida y estafa. Había estudiado<br />
por inercia, como cualquiera de los alumnos que terminan COU y ni se plantean acceder al<br />
mercado de trabajo.<br />
Cuando cumplió los veinticinco, hizo la primera mirada retrospectiva. Hubo algunas cosas, en<br />
ese análisis, que no le gustaron. Era muy joven para asumir decisiones trascendentes. Era muy<br />
posible que se equivocara. Era viejo para seguir sin preocupaciones. Cuando cumplió los treinta,<br />
parte de esos vacíos se esfumaron. Se disiparon merced a la pérdida de egoísmo. Su matrimonio<br />
con Ana y su estatus de padre, otorgaron un rango menor a esos quebrantos mentales. Se olvidó<br />
de sus impulsos primarios y se adaptó a la nueva situación.<br />
Su trabajo le había supuesto una estabilidad económica suficiente. Quedaban atrás esos<br />
años de exploración interior como único medio de sentirse vivo. Ya no era preciso chequear la<br />
salud mental, para saber si la vida discurría por el buen camino. En su interior, abominaba todo<br />
cuanto rodeaba su trabajo. Pero era incuestionable que había conseguido el equilibrio necesario<br />
para soportar su etiqueta de hombre de empresa.<br />
En el periodo inicial de su trabajo con Credimundo estuvo tentado en varias ocasiones de<br />
dimitir. No se aclimataba a los hábitos impuestos por las direcciones departamentales y no tenía<br />
fuerzas para moldearlos a su gusto desde su insignificante posición. El espaldarazo definitivo, a<br />
nivel personal, lo tuvo cuando fue invitado a la convención anual de la empresa que se celebró en<br />
Suiza. Aquel viaje colmó sus aspiraciones. Siempre se había sentido atraído por aquel país.<br />
Estaba enamorado de las tonalidades de verdes que había visto en fotos. De los pueblos y<br />
fachadas decoradas de las casas. Del agua que nacía y discurría por doquier. Credimundo, que<br />
tan insatisfecho lo tenía, le dio la oportunidad de realizar su sueño: ver un atardecer junto al<br />
nacimiento del Rhin.<br />
Luís voló a Madrid dejando atrás una montaña de papeles sin clasificar en lo alto de la mesa.<br />
Carpetas de morosos sin analizar y llamadas sin contestar. Debía hacer un curso para aprender lo<br />
que había venido haciendo por su cuenta durante algunos meses. La guinda a aquella situación,<br />
la ponía la presencia de Alejandro.<br />
Una vez en Madrid, comprobó que el curso que impartían no era tal. Se trataba de una<br />
sucesión de entradas y salidas de los despachos de los directivos donde se les transmitía una<br />
serie de consignas, frecuentemente interrumpidas por el teléfono, las secretarias y la lectura del<br />
periódico. Era una carrera ciega contra el reloj. Cuestiones ya sabidas, se repetían cansinamente<br />
en un burdo intento de liberar al maestro de responsabilidad, descargando las posibles<br />
consecuencias sobre el discípulo. Este era el auténtico propósito de la visita a Madrid; los<br />
directivos se lavaban las manos de cualquier incidencia negativa que pudiere producirse en el<br />
futuro.<br />
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