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Los imperios perdidos Juan Carlos García-Ojeda Lombardo

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VII<br />

En cuanto regresó a Granada, Luis fue a ver como marchaban las obras del chalet. Sin dar<br />

apenas tiempo a dejar los equipajes, y antes de que se hiciera la noche, ya estaba observando los<br />

progresos que se habían efectuado en la parcela. La vivienda estaba terminada falta de enlucir las<br />

paredes y algunos detalles del interior. Tenía justo el aspecto que quería que tuviese. Un cierto<br />

aire clasicista y romántico en el exterior y una distribución acogedora y convencional en las<br />

habitaciones. Por otra parte, se había instalado la depuradora de agua en la piscina y, el jardinero,<br />

tenía casi terminada la planificación de los arriates y jardines.<br />

El campo de fútbol, se erguía ya solitario en un lateral, discurriendo paralelo a la valla y el<br />

arroyuelo. Las porterías estaban colocadas y solo faltaba hacer la siembras del césped. Incluso la<br />

caseta aneja estaba terminada. Se había instalado un pequeño apartado en el interior con dos<br />

duchas para poder asearse después de cada partido. En líneas generales, estaba satisfecho de<br />

cuanto veía.<br />

Se imaginaba, en pocos días, disfrutando de todo aquello que le había mantenido atento e<br />

ilusionado durante los últimos meses.<br />

La reincorporación fue menos traumática de lo esperado. Recordaba otros años en los que,<br />

tras el periodo vacacional, había estado varios días desorientado y con evidentes signos de<br />

cansancio vital. Ese final de verano, su estado anímico era aceptable. La noticia del fallecimiento<br />

de Manolo Mestayer, la sucesión de sueños incomprensibles y sus fluctuaciones en el<br />

comportamiento parecía que, de alguna forma, le estaban curtiendo. Esa extraña mezcla de<br />

miedos, serenidad y curiosidad, le estaban haciendo fuerte.<br />

Aquella mañana, ya en el trabajo, recibió una llamada de central. Era Jaime Gutiérrez, de<br />

financiación. Dudó ponerse al teléfono. Instintivamente reprochaba a los directivos el fallecimiento<br />

de Mestayer. Le repugnaba la forma en que se precipitaron los acontecimientos en aquella<br />

reunión en Sevilla. Resoplando, escuchó a Gutiérrez:<br />

- Te habrás enterado que se ha realizado un curso para directores al que no has venido por<br />

razones ajenas a nuestra voluntad.<br />

- Fue imposible localizarme. Estuve perdido durante todo el verano.<br />

- ¡No hay mal que por bien no venga! Hemos decidido que vengas ahora a Madrid a hacer el<br />

curso. Vendrá también Alejandro desde Sevilla. Así, delimitaremos perfectamente la regional.<br />

Como veras, chico, todo está calculado. Te esperamos aquí el día siete de Septiembre. Estarás<br />

cuatro días. Antes, te harán saber las cuestiones de aviones, hoteles etc.<br />

Luís quedó pensativo en su despacho. Creyó por un momento haber burlado la necesidad de<br />

hacer el curso y, ahora además, había de compartirlo con Alejandro.<br />

“Empezamos bien. –Pensó-. Estos cabrones no sabes como joder. Encima se las dan de<br />

listos y que sacan partido de sus errores. ¡Qué desastre de organización! Ir ahora a Madrid, recién<br />

arrancado el año fiscal y cuando todo esto empieza a tomar su pulso normal tras el verano.<br />

Encima, allí con Alejandro. Este tío, siempre me pareció una persona normal, hasta que montó el<br />

numerito en Sevilla y mandó venir a los auditores. ¡Que desastre! Al menos, aprovecharé para ver<br />

a mi madre y a mi hermana. Seguro que se alegrarán mucho de verme”.<br />

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