Los imperios perdidos Juan Carlos García-Ojeda Lombardo

nombrado director regional, quedaron en nada. No le importó. Hacía tiempo que asumía el doble
valor de las palabras en el mundo laboral.
Mientras unos débiles copos de nieve caían con parsimonia, Luís llegó a su domicilio. Tenía
una cierta sensación de turbación por lo ocurrido. Intentó asumirla sopesando el beneficio del
desahogo. Necesitaba hablar con alguien. Precisaba que ese alguien, fuera Ana.
Ana lo esperaba en el salón. Se había anticipado en su horario habitual. Compró unas tapas
frías para hacer el almuerzo más frugal. Como si de un pacto telepático se tratara, no hablaron
nada trascendente durante la comida. Ana se levantó a poner el café. Luís retiró los platos de la
mesa y se sentó junto al nacimiento. Colocó al ángel del portal, que siempre andaba en el suelo
de aserrín verde y encendió un cigarro. Ana se reclinó sobre él. Tras unos segundos de silencio,
Luís dijo.
- Lo que has visto hoy no es novedoso. Hace tiempo que voy al chalet a refugiarme.
- ¿A refugiarte de quién
- Al principio creí que de mi trabajo. De esta vida de yupi solitario enfrentado con la soledad.
Hace días que ya no lo tengo claro. Creo que me refugio de mi mismo.
- ¿Quién más sabe que te sales de la oficina para perderte allí
- ¡Nadie! ¡No lo sabe nadie!
- ¿Cómo lo haces
- ¡No es difícil! Tengo un buen equipo en la sucursal. Es obvio que mi presencia no es
imprescindible. Con ciertos retrasos, todo va saliendo. La realidad es que empecé a bajar hace
unos meses. Me sentía tranquilo y sosegado-. Sobre todo, sin miedo y seguro. He tenido por
momentos la sensación de recuperar el tiempo perdido. No había ansiedad. Solo paz.
- ¿Qué haces mientras estás allí
- Reposo, medito, veo películas, planto árboles. A veces, me siento frente a la cristalera y
contemplo el Generalife
- ¡No me parece correcto! Perdona que te lo diga. No es una postura coherente por tu parte.
Siempre has sido cumplidor de tus obligaciones. Cambia de trabajo, pero no sigas en esa actitud.
Además, imagina si alguien de tu empresa te sigue y te sorprende en el chalet.
- Estuvo a punto de pasar en la última auditoría. Pude burlar la situación, pero en el fondo,
no estoy satisfecho. Por otro lado, tengo miedo a dar el salto al vacío y quedarme sin nada.
- ¡No es cuestión de miedo!
- ¡Tengo miedo, Ana! No se si el problema final soy yo mismo. Esta vida de ejecutivo de
pacotilla, me tiene vacío. He de mentir para que la gente crea sobre la moralidad de nuestras
propuestas. Pierdo mi personalidad sin el menor pudor y me entrego, ciego de vanidad, a una
carrera de números y percentiles en competencia con otras sucursales. Por otra parte la situación
interna de Credimundo es un desastre. Hay una crisis fuerte para todos, menos para los grandes
ejecutivos. A ellos, nadie les pide cuentas. A los que estamos por debajo, nos despiden en un abrir
y cerrar de ojos. Todo esto con lo que he convivido durante algún tiempo, sin importarme, ahora
me importa. Estoy cambiando. ¿Me estoy haciendo viejo
- Es probable. –Dijo Ana acariciando su mejilla- . Y añadió: ¿Puede ser una impresión
pasajera
- ¡No lo creo! No quiero seguir engañando, con ese pensamiento de provisionalidad, por la
compensación de una nómina.
- ¿Qué vamos a hacer
- ¡No lo se! Lo inteligente es seguir como hasta ahora. Esperar mi cese y negociar con ellos
una salida. Lo honrado, dimitir por motivos personales.
- Lo más idóneo sería la segunda propuesta.
- ¡Así lo creo yo también! Pero, nos vendrán los problemas de momento. Hay que pagar
hipotecas y gastos que no podremos atender. Me instalaría por mi cuenta como asesor técnico de
empresa, pero hasta que pudiera tener una cierta autonomía, lo íbamos a pasar mal. Hay mucha
competencia.
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