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Los imperios perdidos Juan Carlos García-Ojeda Lombardo

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De repente, fijó su mirada en el rostro de Luís e hizo un ademán asustadizo, moviendo su<br />

orondo cuerpo hacia atrás. El flaco miró varias veces a Luís con un semblante inexpresivo, hasta<br />

que, pasados unos segundos, repitió el mismo movimiento de sorpresa que su compañero.<br />

El gordo sacó su corbata de entre la chaqueta y la enrolló nerviosamente entre sus dedos, se<br />

dirigió a Luís y con una amplia y forzada sonrisa, preguntó con su extraña voz:<br />

- ¿Quién es usted señor ¿En qué podemos servirle<br />

- No puedo responderle. Iba paseando y oí unas voces. Decidí saber de dónde provenían.<br />

- Tal vez si su propósito es tomar uno de estos caminos, nosotros podamos ayudarle. –Dijo<br />

el gordo mientras el flaco hacía una señal de aprobación con la cabeza y asentía,<br />

“¡Seguramente!”<br />

El gordo repitió su gesto de enojo por el comentario. Hizo ademán de quitarse el sombrero y<br />

el flaco, en un acto reflejo, cubrió su cabeza con los brazos.<br />

- Verán señores, últimamente tengo sensaciones extrañas. De hecho, ignoro si ahora estoy<br />

soñando o despierto. Bien, dicho esto, creo que llevan razón. He de elegir uno de estos caminos.<br />

¿Podrían indicarme hacia dónde conducen –Dijo Luís señalando con el dedo hacia los que se<br />

orientaban al este.<br />

- ¡Seguro! –Replicó el gordo, dejando al flaco con la palabra en la boca cuando se disponía<br />

a contestar.<br />

- ¿Cuál debo elegir<br />

- ¿Ve usted esa vereda que discurre bajo los arcos de hiedra, -preguntó el flaco. Y añadió-<br />

Bueno, pues esa debe desecharla. No se la recomiendo. No señor. ¿Ve usted aquella de tierra<br />

rojiza por la que apenas entra la luz ¡Olvídela de inmediato! Sería una iniquidad tomarla. No<br />

señor. No se la recomiendo- ¿Ve usted aquel otro camino...<br />

- ¡Ya basta! Volverás loco al viajero –Repuso el gordo interrumpiendo la perorata del flaco<br />

que se sobresaltó con el comentario. Y añadió-. Disculpe a mi amigo señor. Es un poco cansino. –<br />

El flaco asintió y después mostró desaprobación con el comentario. El gordo dijo después-. ¿Ve<br />

usted la vereda inclinada que asciende hasta el monte Ni se le ocurra tomarla. No señor. No se<br />

la recomiendo. ¿Ve usted ahora...<br />

- Creo que tomaré la primera que se me ocurra. – Dijo Luís fatigado de tanta explicación.<br />

- ¡Coja usted la que tiene reflejos azulados! La senda azulada es la suya. –Dijo el flaco con<br />

el asentimiento del gordo.<br />

- ¡Gracias señores! Estoy convencido de haberles visto en otras ocasiones.<br />

- ¡Seguramente! – Contestaron al unísono y tocándose el ala del bombín.<br />

Luís se introdujo en el sendero siguiendo las indicaciones. Anduvo un espacio de tiempo<br />

breve. Recordó, tal vez de un sueño anterior, que el color del cielo era entre malva y azul con<br />

algunos tonos de rojo corindón. No había pesar, ni malestares premonitorios. Se fue absorbiendo<br />

de la esencia de la vegetación que encontraba a su paso. El canto de los pájaros y el crepitar de<br />

sus pies con la hojarasca del camino, fue dando paso a un distante murmullo. Sonó como si se<br />

tratara de una manifestación. Parecía una gran concentración de gente que gritaban y cantaban.<br />

Se sintió atraído y aceleró el ritmo de los pasos. Corrió por aquella vereda de vapores penetrantes<br />

expelidos por una floresta exuberante y lujuriosa. Vio una rasante al final del camino. Destellaba<br />

una luminosidad casi cegadora. Tras una suave pendiente, a sus pies, se erguía solitario un<br />

impresionante coliseo. Su forma era circular y los muros exteriores estaban adornados de<br />

cariátides y arcos mixtilíneos que le conferían un aspecto barroco. Estaba repleto de gente. Desde<br />

su posición dominante, podía ver un terreno de juego de un verdor magnífico. Se estaba<br />

celebrando algún acto deportivo<br />

Sintió deseos de entrar en el estadio. No tenía dinero. Aún así, decidió aproximarse a la<br />

magna edificación. No había nadie en las taquillas. Las puertas de madera, enormes y labradas<br />

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