Los imperios perdidos Juan Carlos GarcÃa-Ojeda Lombardo
Los imperios perdidos Juan Carlos GarcÃa-Ojeda Lombardo
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XI<br />
La luz diurna día iba menguando. Pese a todo, aquel año, el otoño pareció recibir con pereza<br />
la llamada. Fue tan breve, que se instaló a mediados de noviembre. Hasta ese momento, las<br />
primeras horas de la tarde continuaron calurosas y lentas, como epílogo de un largo verano.<br />
Luís sintió en ese periodo una especial apatía por todo lo relacionado con el trabajo. Implantó,<br />
en lo personal, una política de relajamiento superlativo que le hizo ausentarse largas horas de la<br />
sucursal. La excusa era siempre la misma: el cobro de morosos y, esporádicamente, algún trámite<br />
comercial. Con ello justificaba las salidas constates, inexistentes reuniones con directores de<br />
bancos e, incluso, viajes a otras provincias. No daba pistas, ni teléfonos donde poder localizarlo.<br />
En su interior, comprendía que estaba contribuyendo a su quebranto laboral. La empresa no podía<br />
permitir ese velado absentismo que, de descubrirse, provocaría la finalización inmediata de la<br />
relación laboral. Además, en su fuero interno, le remordía la conciencia. Aún así, decidió no<br />
cambiar su forma de actuar.<br />
Sus salidas conducían en todo momento al mismo lugar; El chalet. En la soledad otoñal de<br />
aquel paraje, pasó horas enteras, afanado en tareas de limpieza del jardín. En meditaciones y<br />
relajaciones mentales controladas. Ejercitándose físicamente. Compró un video y desentrañó su<br />
voluminosa videoteca; “Horizontes Lejanos”, “El Hombre Tranquilo”, “Sargento York”, “Matar un<br />
Ruiseñor”<br />
A última hora de la mañana, retornaba a la Delegación. El trabajo se amontonaba en<br />
cantidades ingentes. Luís despachaba como podía los documentos. Había desaparecido por<br />
completo el rigor de antaño.<br />
No hizo crítica, por el momento, de su conducta moral. Tampoco se atemorizó por los<br />
trastornos que a medio plazo conllevaría esa situación de desidia. No faltaba una semana que no<br />
hubiera comunicados “internos” de central sobre cambios organizativos y compañeros de otras<br />
sucursales que presentaban cartas de dimisión irrevocables. Así las cosas, aún poniendo esmero<br />
y resolución en el cumplimiento de las tareas, no estaba garantizado el éxito laboral y la<br />
continuidad en la empresa.<br />
La situación idónea era navegar a la deriva convencido de que, en un momento o en otro, el<br />
proceloso mar de las finanzas, acabaría por engullirlo.<br />
Sus temores se centraban más en las necesidades salariales para mantener y amortizar los<br />
préstamos que había constituido. El sueldo, sin ser ostentoso, le había permitido obtener un punto<br />
de relajación económica en su vida. La privación de esos ingresos, conllevaría no poder atender<br />
los pagos de la hipoteca y otras deudas adquiridas.<br />
<strong>Los</strong> <strong>imperios</strong> que un día lustraron su madurez, y que fueron horadándose en el pozo de una<br />
juventud desmaterializada y perdida, corrían un cierto riesgo de perderse. Cada etapa vital tiene<br />
su correlación espiritual, estaba claro que, en ese momento, se habían quedado atrás los<br />
idealismos anteriores. No se había perdido ese espíritu de crítica, ni ese compromiso social de<br />
denostar las injusticias clasistas. Pero era evidente, que casi sin quererlo, Luis Santerbal, formaba<br />
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