Los imperios perdidos Juan Carlos GarcÃa-Ojeda Lombardo
Los imperios perdidos Juan Carlos GarcÃa-Ojeda Lombardo
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Se aprestó a levantarse con el fin de preparar lo necesario para el día de campo que<br />
aguardaba. Sentía una ansiedad contenida y no resistió la tentación de levantar a los niños a las<br />
ocho de la mañana. Ana aún dormitaba en la cama. Se le hacía cuesta arriba empatizar con la<br />
ilusión de Luís. El olor a tostadas, la fue espabilando.<br />
Unos cuantos bocadillos con embutidos, tortilla, cerveza y Coca-Cola, por supuesto un balón<br />
de fútbol, la mesa plegable y la muñeca favorita de Ana María componía el equipaje de mano de<br />
la familia, al más usual estilo dominguero. Parecía un viaje al pasado, con los 600, las cuatro latas<br />
y los Citroen camino de las faldas de Sierra Nevada a principios de los años setenta.<br />
Ya en la parcela, David y Ana María salieron disparados a correr por aquel trozo diáfano de<br />
campo. La superficie, aunque con ciertas irregularidades, era básicamente llana y, en la zona<br />
donde se erguían dos eucaliptos, el suelo estaba casi limpio de malezas. Debajo del mayor de<br />
ellos, decidieron fijar el campamento base.<br />
Luís se sentía complacido. No había nadie en los alrededores y el eucalipto, aún expelía el<br />
olor penetrante de la esencia de las hojas. Además, desde allí, se veía Sierra Nevada y un viejo<br />
molino rodeado de robles y nogales centenarios. Un poco más alejados, y sin interferir en ningún<br />
caso aquella sensación de intimidad, algunos chales y casas de campo que se asomaban al<br />
riachuelo de Las Habas, débil vírgula de agua a modo de acequia de riego que, en esa época del<br />
año, se perdía entre los jaramagos.<br />
David incitó a Luís a jugar al fútbol. No dudó en aceptar la invitación del niño. Se remangó el<br />
pantalón vaquero entre los calcetines. Jugaron un rato en un pradillo de hierba, color cárdeno,<br />
donde crecían algunos lirios. David tenía facultades de buen jugador. Se esforzaba en parar el<br />
balón y golpearlo con el interior del pie. A sus siete años, cuando disparaba a puerta, impulsaba<br />
con todo el peso de su cuerpo la pierna izquierda, imprimiendo a la pelota fuerza y dirección. Luís<br />
se colocó de portero y con cierta habilidad aparentaba que, pese a su esfuerzo, no podía llegar a<br />
ciertos balones. David gritaba jubiloso cada vez que veía a su padre en el suelo derrotado. Ana<br />
María, en ese momento, se acercaba y con toda la dulzura del mundo, le entregaba una pequeña<br />
flor.<br />
Después de un rato, Luís se sentó en la mesa. Se limpió el sudor y dijo a Ana:<br />
- Sería ideal tener una ducha y poder asearte tras el esfuerzo<br />
- Dentro de poco la tendremos. Cuando terminemos de jugar nuestros partidos de tenis, la<br />
ducha reparadora y como nuevos<br />
- ¿Te gusta mucho el tenis, verdad<br />
- Sabes que no me dice gran cosa. Siempre jugué a balonmano. Pero lo razonable, en una<br />
parcela de estas características, es construir una pista de tenis. Cuando empecemos a jugar, nos<br />
gustará. Además. La pista de tenis no necesita mantenimiento. –Dijo Ana en tono explicativo.<br />
- ¿Y si construimos un campo de fútbol pequeño – Preguntó Luís mordiéndose el labio<br />
inferior y con brillo en los ojos.<br />
- Debe ser un campo de tenis. Es lo propio. Además, con quién ibas a jugar. Conmigo no,<br />
desde luego. –Dijo Ana con autoridad<br />
- Ha sido solo una idea desacertada. Llevas razón. Sería una insensatez. Habría que regar<br />
el césped, cortarlo... ¡Un coñazo!<br />
- ¡Sí!. Haremos la pista de tenis. Lo agradecerás cuando vengas cansado y no le hagas<br />
caso a los cuidados que requiere la hierba.<br />
Después de comer decidieron dar un paseo siguiendo el curso del arroyuelo y conocer la<br />
vega y huertas colindantes. Una estrecha carretera de asfalto serpenteaba paralela al curso del<br />
agua. Maizales, almendros y prunos en flor mezclaban sus tonalidades en los arcenes del<br />
sendero. La marcha se hacía placentera. Sin embargo, nadie reparó en que habría de deshacerse<br />
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