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Los imperios perdidos Juan Carlos García-Ojeda Lombardo

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Sabedor de la obligatoriedad de hacer algún comentario a la noticia, Luís, para no forzar en<br />

extremo su incómoda hipocresía, preguntó con resignación, dirigiéndose al director general:<br />

- ¿Qué he de hacer ahora<br />

- Tendrás que marchar una semana a Madrid –Intervino Villarrubia para dar pie al esperado<br />

agradecimiento de Luís- Todo, por supuesto pagado. Has de realizar un curso en nuestra central.<br />

Nada especial. Algo de recursos humanos, estrategia mercantil, logística...<br />

- Yo creo que no es una buena idea. Mi sucursal es compleja y por si sola, crea muchos<br />

problemas. Además, hay gente más preparada que yo...<br />

Como un resorte, Santamaría señaló con su dedo índice el torso de Luís. De manera<br />

amenazadora, agitando la mano con cierta violencia, le inquirió:<br />

- Al señor director general, no le importa demasiado tu opinión sobre el nombramiento. Se<br />

trata, chico, de darte la oportunidad de mostrar si eres el profesional que en personal creen que<br />

eres.<br />

- ¡Perdón!. No recuerdo haber pedido a nadie esa oportunidad de la que habla. -Dijo Luís<br />

muy aplomado-.No pretendía ser desagradecido. Comprenda que estoy un poco confuso. ¡Eso es<br />

todo!<br />

La tranquilidad pareció retornar a la mesa. Todos se daban por satisfechos con el comentario<br />

de Luís. Él meditaba, “Se creerán que lo trago todo. Conozco el juego sin haberlo vivido. Parece<br />

que tienes algo de poder, pero todo es ficticio. Me tendrán una semana en Madrid para justificar<br />

una formación efímera y luego, a viajar más que un tonto. Si al menos, económicamente,<br />

mereciera la pena tendría un argumento para aceptar sin tantos remilgos”.<br />

La reunión tocaba a su fin en la jornada de la mañana. Villarrubia, hizo un gesto a Alejandro,<br />

indicándole que era hora de comer. Este asintió. Todo estaba preparado en el Restaurante “El<br />

Mero Dorado”.<br />

Apenas levantados de la mesa, todos se acercaban a Luís con idea de felicitarlo por el<br />

nombramiento. Éste respondía con aparente agradecimiento. No obstante, se le veía forzado e<br />

incómodo. Alejandro esperó la oportunidad de quedarse a solas con él. Mientras caminaban por el<br />

vestíbulo del hotel, le dijo:<br />

- ¡Que callado te lo tenías, eh! Cabrones también hay en Granada, y de los gordos. Por<br />

cierto, eres un gran actor. Has interpretado a la perfección el papel de modesto currante que no<br />

merece elogios. ¡A ellos los engañas, a mi, no!<br />

- Por tu forma de hablar, creo que no serviría de nada decirte que no sabía nada de esto.<br />

- ¡Has acertado!<br />

- ¡Me sudas los huevos tu y tus putas opiniones!<br />

- Me jode que encima me tomes por gilipollas. ¡Estas historias, se las cuentas a tu padre!<br />

- Mi pobre padre lleva treinta años muerto. ¡No manches su memoria con tu boca<br />

asquerosa! ¡Eres un tipo obtuso! ¿Acaso pierdes salario o es el prestigio lo que te preocupa –<br />

Respondió Luís con tono muy calmado-.<br />

- ¡Ya me lo pagarás hijo puta! Yo sabré como joderte. –Dijo Alejandro apretando los dientes.<br />

- Por desgracia, voy a empezar a joderme muy pronto. Todo gracias a tu ineptitud. Si<br />

hubieras sido un buen director regional, no habrían segregado Andalucía en dos.<br />

Alejando avanzó por el corredor, dejando solo a Luís, que caminaba más despacio a<br />

propósito, con idea de poner un poco de distancia entre él y el grupo. En aquel instante, se le<br />

acercó Manuel Mestayer, le dio la mano, e hizo ademán de abrazarlo. Se arrepintió. Luís era<br />

consciente, que necesitaba desahogarse. Le preguntó.<br />

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