Los imperios perdidos Juan Carlos GarcÃa-Ojeda Lombardo
Los imperios perdidos Juan Carlos GarcÃa-Ojeda Lombardo
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Desconocía la causa del impacto emocional que esa noticia le causaba. Antaño, hubiera sido algo<br />
banal. Pero allí estaba ahora, asentada en su cabeza: “El Carpio. El Carpio”<br />
Tímidamente y aparentando curiosidad despreocupada, preguntó cuantos kilómetros había<br />
entre Torredonjimeno y El Carpio. Ángel contestó que unos cincuenta y que la carretera, no estaba<br />
en muy buenas condiciones.<br />
Luís sentía confusión interior y un extraño sentido de atracción por aquel lugar. “El Carpio,<br />
-pensó-. Debo ir allí. No se a qué. Tal vez solo por curiosidad... Si termino pronto la comida, lo<br />
haré. Ahora oscurece es tarde. Iré, aunque solo sea por curiosidad”<br />
Luís permaneció durante la mayor parte de la reunión, distante y distraído. Sus pensamientos<br />
no estaban en la solución que pudiera darse al crédito que avalaba el primer edil municipal. De<br />
vez en cuando, con discreción, retomaba el hilo de la conversación y se adentraba en ella. Al<br />
momento, salía de nuevo a un mundo de preguntas sin respuesta. En ese mundo, estaba<br />
intranquilo. No se terminaba de acostumbrar a la desazón interior que le provocaba.<br />
“Lleva razón Ana, - pensó-, ¡estoy cambiando! No tengo un patrón fijo y controlado en mis<br />
pensamientos y reacciones. De pronto me siento relajado y seguro. Al momento, disperso y<br />
asustado. Tal vez sea algo premonitorio. Tal vez todo sea una gilipollez. ¡Me estoy apartando de la<br />
edad dulce! El mito de la transición a los cuarenta está cada vez más cercano. Cosas que antes<br />
no me preocupaban, ahora me obsesionan. Debo ir a El Carpio. Allí degollaré estas absurdas<br />
meditaciones. Todo esto debe tener una explicación científica. No es tema para hablar con<br />
cualquiera, te pueden tomar por loco. Cuando era niño, no tenía secretos con mis amigos,<br />
seguramente porque no había lugar al egoísmo. Cuando terminé el instituto, dejé de tener<br />
contacto con José Manuel, con Jesús, con Pedro el pajas. ¿Qué habrá sido de ellos Me siento<br />
solo aquí escuchando hablar tanta tontería…”<br />
La conversación continuaba y no había una solución que conformara a las partes. Parecía<br />
estéril y condenada al fracaso. Luís, en un momento de inspiración y ansioso de acabar cuanto<br />
antes dijo:<br />
- ¿Hay alguien en el pueblo que pueda estar interesado en la maquinaria que se financió a<br />
este señor<br />
- Es muy probable. La maquinaria está en óptimo estado y no han de faltar industriales que<br />
la necesiten, sobre todo si se financia en buenas condiciones. – Dijo el director del banco en<br />
Torredonjimeno-.<br />
- Subroguemos el crédito. Así no habrá que ejecutarlo judicialmente, -sentenció Luís, ante la<br />
mirada expectante de los presentes-. Se trata de buscar a ese segundo cliente, estudiar los<br />
márgenes de solvencia acreditada e irnos a corredores de comercio. Dejamos sin efecto la<br />
anterior operación y, lo que queda pendiente de vencer, lo pagará el subrogante.<br />
Todos se mostraron conformes con la solución que propugnó Luís. <strong>Los</strong> postres se hicieron ya<br />
más livianos. La meta era ahora, terminar la comida y cerrar el asunto.<br />
En medio del ambiente irrespirable de la tarde, se despidieron. Luís adujo querer marchar<br />
rápido hacia Granada. Se despidió sin dilaciones y montó en su automóvil.<br />
Eran las cinco y media de la tarde. Todavía tenía tiempo y luz para visitar El Carpio y volver a<br />
Granada, seguramente, con sus dudas e impulsos calmados.<br />
Encendió la radio de su coche. Retransmitían el final de una etapa del Tour de Francia. Perico<br />
Delgado era el jersey amarillo. Roche, le pisaba los talones. Luís era amante de la mayoría de<br />
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