Los imperios perdidos Juan Carlos GarcÃa-Ojeda Lombardo
Los imperios perdidos Juan Carlos GarcÃa-Ojeda Lombardo
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a sentir un desagradable ahogo. Con su mano en el cuello, intentó apartar la ropa que le<br />
asfixiaba, pero no notó alivio. En ese instante se despertó.<br />
David y Ana María dormían plácidamente sobre él. El calor de los cuerpos, le produjo aquella<br />
sensación incontenible. Con cuidado, los apartó de encima y los dejó en un extremo de la cama.<br />
La lluvia había cesado y un calor húmedo se había apoderado del ambiente. Se dirigió a la cocina<br />
a beber un poco de agua. Estaba próximo a amanecer. Subió a la buhardilla con la botella de<br />
agua, el tabaco y un cenicero. Se sentó en una hamaca de tela y cerró la puerta tras de si. Esperó<br />
el albor. Recapituló lo que le quedaba grabado del sueño. Era una mezcla de confusas vivencias<br />
que le hacían difícil discernir lo vivido y lo onírico. Quiso rememorar las alineaciones del equipo.<br />
No pudo. Al menos intuía que había viajado en sueños a un lugar especial. Recordaba al gordo y<br />
al flaco. Y sobre todo pensó en aquel jugador, del mismo nombre que su padre, y en la<br />
conversación que mantuvo con él. No pudo discernir el mensaje. En aquel momento no le importó.<br />
Le bastó pensar que, fuera quien fuere, en aquel sueño y en aquel sitio, era plenamente dichoso.<br />
“Tal vez exista un lugar como ese, -pensó-. Puede ser que todo esté relacionado y que yo sea<br />
un privilegiado. Tal vez llevara razón mi madre. Por otra parte, tal vez todo sea un cúmulo absurdo<br />
de sueños que no signifiquen nada”<br />
El amanecer se hizo paso entre las nubes que todavía pugnaban por prevalecer en el cielo.<br />
Desde lo alerones del tejado, iban cayendo, cada vez más pausadamente, las goteras que<br />
resbalaban entre las tejas. El silencio era casi absoluto. Solo el apagado piar de algún pájaros,<br />
rompía la impenetrable quietud de la estampa. Luís sintió una especial serenidad. Hacía tiempo<br />
que despierto, no experimentaba la quietud interior que le embargaba.<br />
Divagando en sus pensamientos y con los ojos clavados en la cristalera, advirtió de repente,<br />
que unos cuantos individuos empezaban a correr por el campo de fútbol. Su corazón se aceleró<br />
de inmediato. Sintió rabia y al tiempo miedo. Comprendió que debía bajar a enfrentarse con ellos.<br />
Tenía frente a si a los indeseables de los que había hablado Jorge y era el momento de poner fin<br />
al abuso.<br />
Comprobó que Ana y los niños dormían. Se vistió con el pantalón vaquero y una sudadera y<br />
se dirigió al campo de fútbol.<br />
Cuando se acercó a ellos lo saludaron con corrección. “Buenos días”, le dijeron. Se adentró<br />
hasta el centro del campo y dijo:<br />
- ¡Ya está bien! Aquí no se puede jugar. Esto es una propiedad privada. ¡Marchaos o llamo a<br />
la Policía!<br />
- ¡Tranquilo! No vamos a hacer daño a nadie por estar aquí.- Dijo uno de los jugadores que<br />
anudaba las botas a la altura de la espinilla. Y añadió: Este campo no está aquí por azar. Nosotros<br />
no estamos aquí por casualidad y tú, no estás hablando con nosotros por mera coincidencia.<br />
- ¿De que cojones hablas –Dijo Luís tragando saliva y sacudido por un escalofrío.<br />
- Este campo es una pequeña recompensa para todos. Para nosotros y también para ti.<br />
Deja que las cosas sigan su curso. Repara en tus últimas vivencias. Todo está perfectamente<br />
preparado.<br />
- Pero el campo está mojado, levantaréis el césped.<br />
- ¡No te preocupes! Nuestras botas no dañarán el césped. Además nadie advertirá nuestra<br />
presencia<br />
- Estoy hasta el nabo de tanta historia y de tanto enigma. ¿Quién coño sois- Preguntó Luís<br />
confuso y excitado<br />
- Un grupo de amigos que siempre creímos que el fútbol era una compensación a las<br />
tribulaciones. Necesitamos este campo y en este momento. ¡Por favor, no te opongas a lo que es<br />
bueno y reparador! Recapacita. Todo tiene sentido.<br />
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