Los imperios perdidos Juan Carlos GarcÃa-Ojeda Lombardo
Los imperios perdidos Juan Carlos GarcÃa-Ojeda Lombardo
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VIII<br />
Luís se presentó en casa de su madre de forma inesperada. Cuando hizo sonar el timbre de<br />
la puerta, dejó de oír el murmullo que se filtraba hacia las escaleras provinente del interior de la<br />
vivienda. Un silencio absoluto se adueñó del rellano. Inmediatamente, sonó el débil chirrido de la<br />
mirilla. Isabel abrió la puerta. De nuevo el silencio se apoderó del ambiente. Luís hizo un gesto de<br />
complacencia esperando una respuesta de su madre. Ella mantenía un gesto de inexpresividad.<br />
Al momento, hizo una mueca, arrugó la boca y empezó a llorar. Se adelantó en el atrio, besó su<br />
mejilla y posó, con mucha dulzura, la cabeza en el pecho de Luís.<br />
Isabel había comenzado a manifestar los síntomas de una vejez mal llevada. A su lógica falta<br />
de compostura, se unía un apreciable abandono físico que le había hecho engordar. Sus apenas<br />
superados sesenta años, parecían delatar más edad, más esfuerzo, más sufrimiento.<br />
Sentados en un sofá del pequeño salón, se miraron durante un rato, sin apenas cruzar<br />
palabra. El gesto de Isabel era profundo, perdido en los ojos de su hijo. A ratos movía la cabeza y<br />
sonreía forzadamente. Luís comenzó a sentir una cierta frustración.<br />
Aurora no le había advertido que su madre estaba decaída y enferma. Sabía de su melancolía<br />
crónica, sin embargo, el recuerdo que mantenía, distaba de aquella mujer desmejorada y<br />
entristecida. Decidió entonces intentar entablar conversación. Tragó saliva y se le limpió el sudor<br />
de la frente. Con voz suave, preguntó:<br />
- ¿Qué tal te encuentras Te veo saludable aunque algo cambiada<br />
- ¿Cuánto hace que no venías a verme, hijo<br />
- ¡Lo siento mamá! Ya sabes lo liado que ando. El trabajo, la casa, los niños. Apenas tengo<br />
tiempo para mí.<br />
- Tengo unos nietos a los que apenas conozco. Uno se llama como su abuelo, David.<br />
Seguro que apenas te acuerdas de tu padre.<br />
- Últimamente he pensado mucho en él. Lo he tenido presente en mis meditaciones.<br />
- Tu padre pretende ayudarte.<br />
- Papá hace treinta años que murió. Todos tenemos un tiempo para estar aquí. Después<br />
desaparecemos y me temo que se acabó. Punto y final. Él tuvo mala suerte. ¡Eso es todo!<br />
- Tu padre quiere mostrar algo y debes permitir que lo haga.<br />
- ¡No mamá! Todo tiene su lógica. Estoy atravesando una crisis, es cierto, pero no hay que<br />
trascender las cosas. Hago balance de mi vida y, como algunas etapas estaban más olvidadas,<br />
ahora las revivo. El subconsciente funciona así<br />
- Tú lo colocas todo de momento y la vida no es tan simple. Hay mucho más detrás. Solo es<br />
preciso pararte y mirar.<br />
- ¡Mamá, basta ya!, -exclamó Luís alterado-. Yo solo pretendía invitar a mi madre y a mi<br />
hermana a comer. No venía preparado para una clase de filosofía trascendental. Por favor,<br />
arréglate y cuando venga Aurora, nos vamos.<br />
- ¡Mi niño! –Dijo Isabel con voz maternal-. Te darás cuenta algún día de que tu vida no es<br />
distinta a la de los demás. Eres el eterno anhelo de lo imposible. Un rebelde de los sentimientos.<br />
- Tal vez porque nunca pude expresarlos.<br />
- ¿Acaso no estás satisfecho con tu vida<br />
- ¡No me planteo cuestiones tan trascendentes! Vivo con intensidad<br />
- ¿Tienes muchos problemas en tu vida<br />
- <strong>Los</strong> suficientes para que no me abandone una cierta sensación de ansiedad.<br />
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