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Los imperios perdidos Juan Carlos García-Ojeda Lombardo

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Intentando hacer la situación más digerible, Ana se esforzaba en enfatizar los aspectos<br />

positivos de la reunión. Parecía evidente que no había tenido ninguna consecuencia negativa para<br />

Luís. La sucursal estaba en una situación decente. El trabajo se unificaba durante un tiempo y, lo<br />

mejor de todo, había sido nombrado director regional, con todos los aditamentos que ello<br />

comportaba; menos control horario, más viajes y más relaciones.<br />

Luís callaba. Con los ojos cerrados, asentía rítmicamente con la cabeza. Ana se esforzaba<br />

por llevar un mar de placidez al futuro escenario laboral. Sin embargo, no sabía si estaba<br />

haciendo lo correcto. Con tono inseguro, preguntó:<br />

- ¿Qué te pasa Luís Te noto muy raro. Es una calma inusual. Me alegra, pero por otro lado<br />

me intranquiliza. No me esperaba esta reacción.<br />

- Yo tampoco. He venido todo el viaje con una mezcla de sentimientos extraña. Primero<br />

ansiedad, después enfado, más tarde, algo parecido a la depresión. Sin embargo, he tenido un<br />

sueño muy real y cuando la niña me ha despertado, me he sentido confusamente calmado.<br />

- ¿Qué has soñado<br />

- Estaba en relación con David, la parcela y una guerra desconocida.<br />

- ¡Estás agotado! Debes descansar. ¡Vamos a la cama!<br />

Ya en la alcoba, pasaban los minutos y Luís tenía los ojos clavados en el techo. Tanto<br />

cansancio y agotamiento no parecían ser excusa suficiente para dejarlo vencido. Ana, que<br />

aparentaba estar dormida, se volvió hacia la boca de Luís y lo besó con apasionamiento. Luís,<br />

comenzó de inmediato a acariciar sus glúteos, después los pechos. El pelo de Ana, largo como<br />

visillo de satén al viento y negro como el azabache, cosquilleaba la frente y los hombros de Luís.<br />

Las lenguas se entremezclaron y los corazones palpitaban con fuerza.<br />

Ana puso los dedos en la boca de Luís. Con una voz muy sensual le dijo: “Quiero que veas<br />

una cosa que me he comprado”. Luís se sorprendió. Estaba al límite de su resistencia sexual y no<br />

podía aguardar más. Ana se levantó de la cama. Del segundo cajón de la cómoda, sacó un corsé<br />

de color blanco. Con toda la belleza que era capaz de expeler, desnudó su cuerpo y se colocó la<br />

prenda. Luís estaba cautivado. Se sentó al borde la cama y comenzó a lamer cada parte del<br />

cuerpo de Ana. Ella gemía de forma queda. Él no paraba de repetir, “¡me gustas mucho!”<br />

La excitación culminó y, tras la consumación, de nuevo el silencio se apoderó de la estancia.<br />

La suave brisa de la noche, movía los tallos de los geranios que adornaban el amplio alfeizar de la<br />

ventana. Luís seguía sin poder dormir.<br />

- ¿Has disfrutado, preguntó Ana con una sonrisa picarona<br />

- ¡Mucho!. Pero es que, no se me va de la cabeza el sueño. Un militar me aconsejaba que<br />

me fuera con David al terreno. Decía que allí había un campo de fútbol.<br />

- ¡Es la gana que tienes de verte allí! Mañana lo pasaremos bien, ya has visto la ilusión que<br />

tienen los niños. Vamos a replantear el terreno, si somos hábiles, tenemos terreno para todo lo<br />

que queramos. Una buena casa, la piscina, mis hortalizas. ¡Ay Luís!, estoy deseando plantar<br />

habas, tomates, pimientos. ¡Te quiero!<br />

Con la luz apagada, Luís se imaginaba en un trineo surcando una amplia llanura nevada<br />

custodiada por enormes abetos blancos. En el cielo, las luces malvas de un lánguido atardecer,<br />

invitaban a remansar el espíritu. La quietud de la escena, consiguió hacerlo dormir.<br />

Soñó de nuevo con la ciudad bombardeada y las filas interminables de soldados. Parecía<br />

como si lo real fuera el sueño y, lo vivido, un paréntesis ajeno a la conciencia. Iba caminando de la<br />

mano de su hijo. <strong>Los</strong> faros de los camiones militares, dibujaban amorfos haces de luz cuando<br />

entraban y salían de los socavones de los obuses. Fugazmente se iluminaba la cara de David<br />

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