Luís se reprochaba su falta de coraje. Hiló sus pensamientos con el sueño y quiso ver una marcada debilidad y falta de criterio en la aventura de la vida. No estaba seguro de sus elucubraciones, pero continuó en su meditar, otorgándoles pábulo. Es muy probable que, aunque se hubiera esforzado, no habría conseguido alcanzar la meta propuesta. Pero, verse vestido de corto y corriendo con un balón en los pies, era de las tareas más emocionantes que había realizado. Tal vez si hubiera proseguido con la rehabilitación, tal vez si no hubiera sido conformista, tal vez, solo tal vez, no habría visto aquel cadáver al que aquella ninfa llamó Ilusión. 60
IX Luís regresó a Granada. Intentó dejar atrás los fantasmas que le habían atemorizado. Buscó la forma de abstenerse de examinar su vida. Quería incluso dar un paso más, evitando a toda costa mirar atrás. Parecía que esa mirada retrospectiva le hacía daño, al idealizar, en determinados momentos, el pasado o especular sobre lo que pudo pasar si hubiere tenido otra predisposición. Probablemente era ya hora de no llorar por el tiempo que se fue y por todos los <strong>imperios</strong> <strong>perdidos</strong> que la vida va dejando atrás. Esas metas que nunca se alcanzaron, esos amores de primavera que no fraguaron, ese hilo de felicidad constante que, sin aparente continuidad, se rompía cuando afloraban los primeros síntomas de la madurez. Además, si salía derrotado en el envite mental, se propuso hacer un esfuerzo por disimular las pérdidas. Nadie, salvo Ana, había intuido jamás las luchas internas que se debatían en su cabeza desde hacía algún tiempo. Sus cambios de carácter, su imprevisibilidad, no había sido advertida y eso jugaba a su favor. Vivía los problemas con naturalidad e, incluso, mostraba a gala su paciencia y calma ante los conflictos. Eso le hacía fuerte y seguro. Hubiera detestado tener que dar explicaciones de sus ansiedades y frustraciones. Ahora, aún menos de sus inquietudes por los enigmáticos sueños. Por ello, los guardaba con especial celo en su agenda secreta y mientras, observaba con curiosidad cuanto pasaba a su alrededor. El reintegro al trabajo de la sucursal, tuvo ese sabor insípido y anodino de todos los lunes por la mañana. No obstante ese día, se había marcado un propósito reparador. Por la tarde, al salir del trabajo, iría con Ana al chalet. Ya estaba terminado, a falta de la limpieza y decoración. Esa ilusión le insuflaba la vitamina necesaria para arrancar la semana con la disposición necesaria para cumplir objetivos. Cualquier estímulo era buscado afanosamente como compensación. A media mañana, sonó por enésima vez el chirrido inconfundible del fax de la sucursal. La música aguda y desafinada del aparato, le descomponía los nervios, por ello, había dicho que se instalara en la otra punta del local. Cuando el papel contiguo empezó a dejarse ver por la boca del artilugio, se podía leer con letra mayúscula “CONFIDENCIAL. A/A D. LUIS SANTERBAL” Inmediatamente Carmen le avisó de la nueva misiva. Luís se dispuso de pie frente al teléfono fax., esperando que terminara de salir la nota que enviaban. Tenía a salvo su capacidad de sorpresa, sin embargo, las notas confidenciales y especialmente las remitidas por fax, le provocaban una cierta desazón. En la sucursal, todos los empleados simulaban estar ocupados en sus tareas, pero no perdían detalle. Tras una sucesión de ruidos estridentes, por fin se pudo leer el texto: “Te comunico que con fecha de hoy, Alejandro Portugal ha causado baja en nuestra entidad al haber presentado su dimisión con carácter irrevocable”. “De la dirección de personal a todos los departamentos.” Luís se atusó los cabellos con las manos. Dobló en un rápido movimiento el papel y lo arrancó de la máquina. Respirando con ritmo acelerado, se dirigió al despacho entre la atenta mirada de los empleados. Intentó usar el teléfono. No le dio tiempo. El delegado de Jaén, Javier, lo llamaba 61
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