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Los imperios perdidos Juan Carlos García-Ojeda Lombardo

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Sacó los calcetines por fuera del pantalón y los ajustó. Encontró un balón, casi descolorido, y<br />

corrió con él por el campo. Primero horizontalmente, luego en sentido diagonal. Detuvo su marcha<br />

en el centro. Con la pelota en los pies, hizo malabarismos. La subió a la cabeza. Dio veinte<br />

pequeños cabezazos sin que tocara el suelo. La dejó escurrir por el pecho. La recogió con su<br />

muslo derecho. Después con el izquierdo, así cincuenta veces sin tocar la hierba. Luís iba<br />

contando, uno, dos tres, cuatro... Marcó un perfecto escorzo con sus brazos atrás y el pecho<br />

fuera. Dejó que cayera a su empeine izquierdo, de ahí al derecho. Uno, dos tres, cuatro... Dio cien<br />

pequeños golpes. El balón, se melificaba en el aire entre caricias.<br />

Se desplazó a continuación, hasta una de las bandas. Pegado al lateral del medio campo,<br />

dejó el balón en el suelo. Se desplazó tres metros hacia atrás, tomó aire y puso su empeine en<br />

posición perpendicular al suelo, se escoró un poco a la izquierda y acarició el balón, justo en el<br />

centro. El balón recorrió una parábola de veinticinco metros y se introdujo por la escuadra derecha<br />

de la portería. Luís suspiró. Presionó con la mano su tobillo y se introdujo en la casa.<br />

Subió directamente a la buhardilla. El clima de aquel día acompañaba el ambiente navideño.<br />

Se sentó frente al ventanal. Secó el sudor con las manos y comenzó a balancearse rítmicamente<br />

con la hamaca. Vio, una vez más, el espectáculo de la ciudad, en apariencia inmóvil. No se<br />

distinguía a nadie por entre los edificios, ni agitación en los parques. <strong>Los</strong> muros de la fortaleza,<br />

simulaban colosos inermes salpicados aún del verdor de los pinos. Más atrás, la sierra se<br />

mostraba esplendorosa con el manto níveo virginal coronado por una espesa cortina de nubes.<br />

No quería ser rebasado por la melancolía. Admitió que, cuanto contemplaba, llegado el<br />

momento, sería la viva imagen de una añoranza. Pero no podía soportar lujos destructivos y,<br />

menos que nunca, en aquellos momentos en los que los acontecimientos no le habían dejado<br />

margen para aposentarlos y asimilarlos. El trance, de por si, era delicado como para pretender un<br />

aderezo de tristeza.<br />

Intentó no hacer evocaciones sentimentales. La vida no permitía devaneos ilusorios, era<br />

selectiva y escueta. Su futuro, precisaba de un esfuerzo por disimular las emociones negativas.<br />

Nadie debía advertir que estaba bajo mínimos. No quiso que su corazón hablara. Intentó aflorar<br />

un cierto sentido pragmático de las cosas. Salió del entorno del lucernario y se duchó.<br />

Por la tarde, todo estaba preparado para la cena de nochebuena. Llegaron los padres y<br />

hermanos de Ana. Ese año lo celebraban en el piso de Luís. Para Año Viejo, quiso ir a Madrid, a<br />

compartir la entrada de año con su madre.<br />

No era amigo de las macro reuniones familiares. No se sentía cómodo en aquellos ambientes.<br />

Las conversaciones de compromiso y la comida y bebida hasta la indisposición, no formaban<br />

parte de sus gustos vitales. De cualquier forma, aquellos encuentros, no eran usuales, por lo que<br />

los dispensaba y despachaba con el mejor talante posible.<br />

Ni él, ni Ana, habían comunicado la noticia de la baja laboral y, menos todavía, la decisión de<br />

vender el chalet. La familia de Ana, aún no lo conocía. Sobre la marcha, decidieron bajar a<br />

conocerlo antes de la cena.<br />

Las adulaciones y admiraciones positivas se repitieron. Sonaron incluso cansinas. Sin<br />

embargo, Luís, que estaba en el porche cambiando una bombilla, fue testigo involuntario de una<br />

conversación, en un dormitorio contiguo, entre sus cuñados Cesar y Amalia. “Está muy bien, pero<br />

lo del campo de fútbol es un atropello. La pobre de mi hermana lo que tiene que aguantar de este<br />

caprichoso. Hubiera sido mejor una pista de tenis”. No hizo gesto alguno por rebatir esa opinión.<br />

Colocó el plafón y se alejó del lugar sin ser advertido.<br />

La hora de retornar para cenar llegó inexorable. La familia de Ana, se adelantó en volver. Luís<br />

no quiso mezclarse de nuevo en aquel ambiente. Dijo a Ana:<br />

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