Los imperios perdidos Juan Carlos GarcÃa-Ojeda Lombardo
Los imperios perdidos Juan Carlos GarcÃa-Ojeda Lombardo
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Miguel cargó con todo. No consintió en que Luís transportara nada. Aprovechó el detalle, para<br />
quedar solo un momento en el despacho. Se sentó en su viejo sillón. Contempló la vista de la<br />
calle. Ya había anochecido. Por entre los vanos filtraba música navideña. Vio a la gente andar por<br />
las aceras. El tráfico colapsado entre semáforos. Tuvo esa sensación agridulce del deber<br />
cumplido, aunque su impulso material, le pidiera otra cosa. Ya no había marcha atrás. Subió el<br />
cuello de su abrigo y salió de la oficina lentamente. No había nadie en los despachos contiguos.<br />
Dejó el juego de llaves en la mesa de Carmen. Apagó la luz y se marchó. Su silueta erecta, se<br />
proyectó en el umbroso pasillo. Después de entrar en el ascensor, un sepulcral silencio, se<br />
adueñó de toda la estancia.<br />
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