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Los imperios perdidos Juan Carlos García-Ojeda Lombardo

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II<br />

Al día siguiente, Luís se encontraba desayunando en la cafetería del Hotel, con el resto de<br />

compañeros de la regional andaluza. En ese momento, advirtieron que un taxi se detenía en la<br />

misma puerta del Hotel. Del mismo se apearon el director general de Credimundo y dos directivos<br />

a los que, Luís, apenas había visto en alguna ocasión.<br />

“Demasiado pronto para que estén aquí, -pensó-. Tanta premura y puntualidad me extraña.<br />

Tal vez tenga razón Manolo. Quizás no sea tan descabellado pensar que nos vamos todos a la<br />

mierda. No les cuesta nada echarnos. Menos que una de sus habituales jaranas”.<br />

Alejandro Portugal, delegado en Sevilla y, a todos los efectos delegado regional in pectore,<br />

visiblemente alterado, exhortó a terminar ipso facto el desayuno y marchar a la sala reservada<br />

para la reunión. “Corred, -decía-, que va empezar el evento”.<br />

El salón del que disponían era desmesurado, grande y desangelado. La mesa, con doce<br />

sillas, se perdía en aquella inmensidad de espacios umbrosos y cortinas de terciopelo verde. No<br />

había luz natural, solo potentes focos artificiales que trazaban haces de luminiscencia grosera<br />

sobre la mesa de reunión. El resto de la sala permanecía en una silente penumbra. Blas,<br />

acercándose a Luís, le dijo al oído: “¡Quillo, esto parece una sesión de espiritismo!”.<br />

Tras los saludos de protocolo, Ángel Villarrubia, director general de la sociedad, tomó<br />

asiento, haciéndolo al unísono el resto de directivos. Durante varios minutos, no se oyó otra cosa<br />

que el crepitar de los papeles. Se sacaban de las carteras. Al rato se metían en las carpetas.<br />

Villarrubia, de vez en cuando, se acercaba a la oreja del responsable de morosidad y le<br />

susurraba frases inaudibles, este, respondía con constantes asentimientos de cabeza. Y de nuevo<br />

se volvían a sacar los papeles. Luís no sabía dónde buscar una mirada cómplice. De la carpeta a<br />

la cartera, de la cartera a la mesa, de la mesa a la carpeta. Por fin, tomó la palabra Jaime<br />

Gutiérrez, responsable de financiación. Atusándose al cuello una pajarita, comenzó a hablar con<br />

voz atiplada, agradeciendo a todos su presencia y explicando los motivos de la reunión. Apuntó,<br />

que efectivamente se pretendía desde el gobierno enfriar la economía para controlar la inflación y<br />

potenciar el ahorro. Se limitaban los créditos y, el resultado de todo ello era que Credimundo,<br />

había rebasado ya su tope de inversión para el año. No se concedería ningún crédito hasta nueva<br />

orden.<br />

Nadie ignoraba que la situación en el mercado de Credimundo, aún no estaba consolidada.<br />

Tras un periodo de expansión frenético, durante el primer lustro de los ochenta, le había seguido<br />

un segundo ciclo de asentamiento no culminado. <strong>Los</strong> ratios de inversión, se habían disparado de<br />

forma desordenada y, con ellos, la obtención rápida de beneficios, pero la morosidad, las fuertes<br />

comisiones que se abonaban a los intermediarios y la concentración de riesgos, determinaban<br />

una cierta sensación de inestabilidad.<br />

Gutiérrez, cedió la palabra, tras su breve intervención al director general. Su apariencia,<br />

distaba mucho de ser la del ejecutivo al uso. Era un hombre entrado en años, de imagen no<br />

demasiado cuidada. Gustaba vestirse con camisas oscuras y trajes de corte antiguo, lo que le<br />

confería un aspecto chocante. Sin embargo, en el trato, era aparentemente cordial, incluso daba<br />

la impresión de adoptar una postura de confianza ante sus subordinados. No consentía las<br />

reverencias hacia su persona y, el habla, en ocasiones se tornaba paternalista, especialmente con<br />

los empleados más jóvenes. A pesar de todo, nadie se fiaba de él. Muy pocos sabían de su<br />

pasado. Algunos, decían tener pruebas irrefutables, de que era un invertido. Constaba que, en su<br />

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