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Los imperios perdidos Juan Carlos García-Ojeda Lombardo

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- Don Luís, ¡que soy yo Diego! No puedo hacer otra cosa ni huevos. Tengo más gente<br />

esperando. Si usted no acepta se la vendo a otro y listos. Son las instrucciones que me ha dado el<br />

dueño ni huevos.<br />

- ¡Me cago en la leche! Usted quedó conmigo en otra cosa. ¿Por qué este cambio de<br />

planes<br />

- Cosa del dueño. Yo no puedo hacer nada ni huevos.<br />

- ¡De acuerdo, ni huevos!, -dijo Luís tras unos segundos de silencio.<br />

Diego salió de la cabina, dejando sola a Ana. Con voz cansada, dijo:<br />

- ¡Hemos hecho bien en cerrar el trato, cariño! Perdona que te haya llamado, pero no veía<br />

otra solución.<br />

- ¡No te preocupes mi niña! Creí que había pasado algo malo. Cuida que el cabezón de<br />

Diego acepte el talón y firme un recibo. Vuelvo a la reunión. ¡Te quiero!<br />

Luís entró de nuevo en la sala donde se reunía la dirección de su empresa. Aun continuaba<br />

con su plática el Director General. Manuel, el director de Córdoba. No paraba de tomar apuntes.<br />

Las caras, denotaban un evidente y justificado cansancio. Alejandro, sin embargo, estaba tenso y<br />

convulsionado. Miraba a Luís con gesto de evidente reproche, sin embargo, no le hizo apenas<br />

caso. Con sigilo, tomó asiento en su silla, intentando no perturbar el orden establecido. Blas se le<br />

acercó al oído y le dijo en voz baja. “Tienes la cara tranquila. Imagino que tu mujer te habrá<br />

llamado para una tontería. Deberías hacer como yo, no enamorarte. Follar y olvidar. ¡Esa es mi<br />

receta!”<br />

La monotonía se interrumpió con brusquedad, cuando el director, tras una breve pausa, dijo:<br />

“Bien, ahora vamos a estudiar entre todos los datos de la sucursales. Hemos de particularizar una<br />

a una, las consignas que acabo de exponer. Solo de un estudio individualizado, podremos obtener<br />

datos concretos que nos permitan corregir las desviaciones que tanto nos conturban”.<br />

Las miradas asustadizas, volvieron a entrecruzarse en la sala, Villarrubia, comenzó diciendo<br />

que la regional andaluza se había quedado por debajo de la media nacional en producción y que,<br />

otras regionales, se habían encargado de suplir el déficit. Así, la cifra de inversión representaba<br />

solo el 9,8% del volumen total de la empresa, lo que tendría de entrada una incidencia negativa<br />

en la paga de incentivos de final de año.<br />

Igualmente, el índice de morosidad, había sufrido un escandaloso aumento, colocándose en<br />

un porcentaje del 6,5% sobre el riesgo vivo. Por el contrario, el ratio de recuperación sobre papel<br />

devuelto, no llegaba al 40%. Villarrubia, dentro del tono de gravedad que imprimía a sus palabras,<br />

parecía disfrutar. Era como si llevara a su terreno, la poca señal de rebeldía y contestación que<br />

sus inferiores pudieran conservar y allí, en ese ambiente macilento, poder masacrar la poca<br />

positividad que albergaban los presentes por su trabajo. Se masticaba su prepotencia y fuerza sin<br />

límite en la empresa. Todos, salvo Luís, tenían la sensación, que su salario era una dádiva<br />

generosa de su director general, que les permitía una inmerecida remuneración a final de mes. Ya<br />

nadie, salvo Luís, se acordó de reprochar el sufrimiento, nadie reivindicó la maldad de los<br />

sinsabores laborales. Todos, salvo Luís, se sentían indignos. Lo único que podían hacer, era<br />

recobrar morosos de forma frenética, e intentar salvar lo poco que quedaba aprovechable y, con el<br />

tiempo, quién sabe, tal vez la próxima reunión, se recibiría una felicitación. Luís, no tenía<br />

sentimiento de culpa alguno. Sabía que la perorata de Villarrubia era plena bazofia. Pese a su<br />

pesimismo innato, tenía clarividencia sobrada para darse cuenta de que la estrategia de Villarrubia<br />

era chantajear y extorsionar las mentes de sus compañeros. Se trataba de hacer sentirse<br />

ejecutivo en las sucursales y un don nadie en las reuniones regionales. Sabía que no era verdad<br />

cuanto oía. Si hubieran podido asistir a la reunión de la regional de Canarias, o de Asturias, el<br />

discurso habría sido el mismo; discurso victimista de un individuo que no pretende otra cosa que<br />

expugnar las conciencias de sus muchachos para que se dejen la vida por él y por la empresa.<br />

Villarrubia, fomentó tiempo atrás una política de expansión sin límites. Había incentivado grandes<br />

operaciones, que habían resultado grandes desastres por las que, por supuesto, a pesar de los<br />

riesgos asumidos, nadie pedía explicaciones. A pesar de todo Luís no quería automarginarse, se<br />

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