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Los imperios perdidos Juan Carlos García-Ojeda Lombardo

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para preguntarle si sabía algo de la dimisión. El modus operandi, le sonaba a cese fulminante.<br />

Luís pidió calma a Javier. Quería dejar cuanto antes libre la línea. En ese momento entró Carmen<br />

y le advirtió que Alejandro esperaba por la línea tres. Como un resorte pulsó la tecla L3<br />

- Alejandro me acabo de enterar. ¿Dónde estás ¿Qué ha pasado, tío<br />

- ¡Es la rehostia! No te vas a creer lo que ha pasado.<br />

- ¡Dime qué ha pasado! – Exclamó Luís<br />

- El día que estuvimos con la secretaria de Gutiérrez, ¿te acuerdas Te marchaste a hacer<br />

cosas, creo que a ver a tu madre. Yo me quedé con ella casi toda la mañana. Después fuimos a<br />

comer a un restaurante. Estuvo coqueta y receptiva conmigo. Acabamos en su casa a media<br />

tarde. Me dijo que el marido estaba de viaje y no volvería en todo el día. Pasamos la tarde<br />

follando. Una fiera, tío. Folla como una fiera. Y yo, puto gilipollas, entre polvo y mamada, le conté<br />

lo del Evacuol y que a mí me correspondían las medallas de las cagaleras de Villarrubia y<br />

Gutiérrez. Le dije que los vi con un bujarrón. En central todo el mundo sabe de sus tendencias.<br />

Ella se reía, no paraba de reír sobre la cama. La muy puta le contó todo a Gutiérrez. Lo demás, te<br />

lo puedes imaginar.<br />

- ¿Cómo ha sido el cese<br />

- Me quedé en Madrid el viernes. Intentaba recuperarme de tanto exceso. Al final estuve<br />

todo el fin de semana con ella en un hotel. Hace un rato vine a buscarla, para despedirme de ella.<br />

La de recepción me dijo que el jefe me estaba buscando en Sevilla. Me temí lo peor. Subí a su<br />

despacho y se montó una reunión de urgencia. Me dijeron que me iban a denunciar al Juzgado.<br />

Que había cometido un delito vertiendo Evacuol en sus cervezas. Era obvio por quien se habían<br />

enterado. No tuve argumentos para defenderme y comprendí que estaba hundido. Convinieron<br />

que no les interesaba airear la historia en el Juzgado y he firmado una baja voluntaria. Tal vez sea<br />

poco para lo que merezco.<br />

- Yo estuve toda la noche contigo<br />

- Tu nombre no ha salido para nada. ¡Tú no tuviste nada que ver!<br />

- ¡Te lo agradezco! Y Lourdes, ¿cómo ha sido capaz<br />

- Me he quedado hasta hoy en Madrid por ella. He llegado esta mañana a despedirme<br />

porque estaba convencido de que me había enamorado. Necesitaba verla otra vez, besarla otra<br />

vez, hacer planes ¡Que ridículo!<br />

- ¡Lo siento! No se si puedo hacer algo<br />

- Tendré que buscarme la vida. Reconozco que me pasé y lo peor es la mácula que dejo<br />

- No creo. Lo has hecho bien. No te han despedido. Se trata de una baja voluntaria.<br />

Encontrarás pronto trabajo.<br />

- He querido que fueras el primero en saber todo esto. Hemos tenido nuestras diferencias,<br />

pero creo podemos confiar mutuamente. Te ruego no le digas a nadie lo que me ha pasado.<br />

- ¡Tranquilo! Ya nos veremos<br />

- ¡Si!, ya nos veremos. Siempre se dice eso.<br />

Luís encendió un cigarro. Miró hacia ambos extremos de la mesa. <strong>Los</strong> papeles y expedientes<br />

estaban amontonados después de una semana sin tocarlos. <strong>Los</strong> archivadores se agolpaban a su<br />

espalda en dos montículos de metro y medio cada uno. Con cuidado de no tirarlos se alejó de la<br />

mesa y, recostado sobre su silla giratoria, puso los pies sobre otro montón de cartas que tapaban<br />

por completo la tabaquera.<br />

“¡No merece la pena!”, dijo en voz alta varias veces. En ese momento entró Carmen en el<br />

despacho. Quedó sorprendida ante la actitud de relajamiento absoluto de Luís. Tras una breve<br />

pausa le rogó que firmara formularios de contratos para poder confeccionarlos. Luís la miró, movió<br />

su cabeza en sentido afirmativo y sonrió.<br />

Parecía que no estaba en su agenda darse malos ratos. Bastaba analizar la situación con un<br />

mínimo sentido de la objetividad, para percatarse de las fluctuaciones de su entorno laboral. Se<br />

podía pasar de la cresta de la ola a la defenestración. De la delegación provincial a la nada, o a<br />

una subdelegación regional y, de ahí, a la calle. El caso de Alejandro era atípico. Jugó con fuego y<br />

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