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Los imperios perdidos Juan Carlos García-Ojeda Lombardo

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Villarrubia, el director general. Estaba flanqueado por Jaime Gutiérrez y otro tipo de aspecto<br />

chocante y estrambótico. Parecían disfrutar de una suculenta mariscada. Se acercaron a la<br />

vidriera del bar. Alejandro se percató de que el tipo que se sentaba con ellos a la mesa,<br />

aparentemente, era un marica callejero. Su aspecto era grotesco. Lucía una gorra de plato y una<br />

camiseta negra adornada con metales. Tras espiar un rato, se miraron y, de forma instintiva,<br />

comenzaron a reír desenfrenadamente. Luís dijo “Estos son unos almorraneros. Se ponen<br />

supositorios de veinte centímetros parabellum. Por eso se rascan tanto el culo en las reuniones...”<br />

Las carcajadas de Alejandro apenas le dejaban sostenerse en pie. Casi caído en el arriate de un<br />

árbol, dijo “Pero cómo se les habrá ocurrido venirse a ligar a un sitio tan céntrico y además con<br />

ese orangután. Con razón comparten habitación en los hoteles cuando hay reuniones. Se ponen<br />

el culo como un bebedero de patos...”<br />

Las risas dieron paso a un estado emocional de vacío. El silencio, solo era interrumpido por<br />

la voz de Alejandro que, a ratos, no paraba de murmurar: “¡Que mierda de vida!”. Luís<br />

contemplaba la escena como si de un sueño se tratara. El alcohol le provocaba un estado de<br />

relajación mental que le hacía difícil discernir su conducta. “Míralo, -pensó-. Ayer era un enemigo y<br />

hoy estoy aquí con él, con una medio castaña, sentado en la acera de una calle que no conozco y<br />

oyendo decir que la vida es una mierda”<br />

Alejandro, de repente se incorporó como un resorte. Sus ojos enrojecidos se encendieron en<br />

la noche como los de un felino. Aparentaba estar preso de una fuerza incontrolable. Miró muy<br />

fijamente a Luís y lo asió por la solapa de la chaqueta y dijo:<br />

- ¡Ya lo tengo! Les daremos Evacuol. Es la providencia quien los ha puesto ahí, en público,<br />

cerca de nuestro hotel. ¿No lo entiendes, vamos a vengar a Manolo<br />

- ¿Qué coño es Evacuol<br />

- ¡Se van a cagar como chotas! –Dijo Alejandro apuntando una malévola sonrisa- Es un<br />

fármaco muy potente que se usa contra el estreñimiento. Voy a comprarlo en la farmacia y, en un<br />

descuido, se lo vuelco en la cerveza.<br />

- Eso es muy jodido. ¡No lo hagas! – Dijo Luís preocupado.<br />

Alejandro, sin oírlo, cruzó la calle en busca de una farmacia. Luís esperó detrás del árbol.<br />

Sentía un nerviosismo extraño que le hacía, por un lado, experimentar un morbo agradable y, por<br />

otro, en el interior de su conciencia, un malestar por no haber detenido a Alejandro en sus<br />

pretensiones. Decidió que lo mejor era orinar amparado en la oscuridad de la noche madrileña.<br />

Cuando estaba en medio de la micción, sintió que le empujaban por la espalda. Volvió la cabeza y<br />

vio como Alejandro mantenía entre sus dedos índice y pulgar una cajita de cartón que contenía el<br />

fármaco laxante Evacuol. “Ahora se van a enterar para qué sirve el culo” –balbuceó Alejandro-.<br />

Sin esperar a organizar ningún plan, Alejandro entró en la marisquería. Se colocó<br />

subrepticiamente tras una columna de espejos y al lado del grifo de cerveza. Luís permaneció<br />

fuera, amparado tras la semi penumbra que proporcionaba el árbol. Desde su posición, observó<br />

perfectamente la maniobra. Aunque no podía oír, dedujo todos los pasos. Alejandro se acercó al<br />

camarero de la barra y dijo que quería invitar a los caballeros de la mesa que se sentaban cerca<br />

de la cristalera. El camarero, solícito, llenó tres jarras de cerveza. Alejandro las pagó. El camarero<br />

se dirigió a la caja registradora a ingresar el dinero, al tiempo que avisaba a otro compañero para<br />

que sirviera en la mesa la ronda de cervezas. En ese intervalo, aprovechó para vaciar el bote del<br />

líquido evacuatorio e insípido en las cervezas. Acto seguido, salió del bar, buscando la compañía<br />

de Luís.<br />

Ambos estuvieron observando atentamente la evolución de los acontecimientos. El camarero,<br />

al dejar las cervezas en la mesa de Villarrubia, hacía un gesto explicativo, señalando hacia la<br />

zona de la barra, donde aún ubicaba a Alejandro. La cabeza de Villarrubia, no paraba de mirar en<br />

busca de una cara conocida. Su gesto era de sorpresa y evidente preocupación. Era palmario que<br />

no deseaba ser visto en compañía del bujarrón. Le dijo algo en el oído a Jaime Gutiérrez. Este<br />

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