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Los imperios perdidos Juan Carlos García-Ojeda Lombardo

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preocupante. Para inspirar aún más confianza, dijo que se marchaba a la oficina a trabajar con<br />

urgencia y luego reanudar su plan de visitas. <strong>Carlos</strong> dijo que irían un rato al hotel y después, de<br />

nuevo a la sucursal.<br />

Luís estaba solo en su despacho. Aún faltaba media hora para que vinieran el resto de<br />

empleados. Sentía una cierta sensación de triunfo. Sin embargo, en su interior, sabía que cuanto<br />

hacía, rozaba la indignidad.<br />

“Es una solución para salir del paso, -pensó-. Debo afrontar esta situación cuanto antes e<br />

intentar no engañarme a mi mismo. Ya no vale arriesgarme o dejarme ir por la corriente. A la larga,<br />

me causará remordimientos de conciencia. Por otro lado, si dejo el trabajo, tal vez no pueda ser<br />

autónomo con garantía de ingresar lo suficiente para las necesidades que he creado. He llegado a<br />

un punto en que es imposible trabajar en este ambiente de falsedad. Todo esto es una mentira. La<br />

sociedad se estará portando mal, pero yo, no lo estoy haciendo mejor.”<br />

En ese momento entró Andrés en la oficina. Al ver la puerta del despacho abierta, preguntó a<br />

Luís,<br />

- ¿Cómo te ha ido<br />

- Bien. ¿Qué tal aquí con los auditores<br />

- ¡Muy bien! Creo que no vamos a tener problemas. Tal vez los últimos meses, como has<br />

estado tan liado, haya más cosas por hacer. Por lo demás, todo marcha. Quien me preocupa es<br />

Antonio Abadía. Ha pasado la mañana fuera de la sucursal.<br />

- ¡No te preocupes por ese! ¡Todo va bien!<br />

Al poco rato fueron llegando el resto de empleados. Un momento después lo hacía <strong>Carlos</strong><br />

Fausta y sus colegas. Portaban unos bolsos de viaje y carteras de mano con el anagrama de<br />

Credimundo. <strong>Carlos</strong>, entró al despacho de Luís y le dijo:<br />

- Pensábamos estar aquí varios días, pero ha surgido un problema en Madrid y hemos de<br />

marchar con urgencia. Debo decir, con las debidas reservas, que cuanto hemos analizado en este<br />

breve lapso de tiempo, nos ha agradado. Sabemos que trabajas con dedicación y eres una<br />

garantía para la sociedad. Quedan por ver cosas, pero estoy en la seguridad que habrá tiempo de<br />

verlas. En principio, haré un informe razonadamente favorable.<br />

- ¡Gracias! Me limito a cumplir con mi obligación. Aquí o en la calle. Es lo dijimos antes. Es<br />

preciso salir a trabajar fuera.<br />

- Con mesura, todo es bueno<br />

Luís sabía que no había razón para dejar la auditoría a medio hacer. Simplemente, las pistas<br />

que tenían en Madrid eran, en apariencia, falsas. Su estrategia había funcionado.<br />

Dejó, de momento, que el tiempo corriera. Se aproximaba la Navidad. No parecía época de<br />

abandonar el trabajo. Pero cada vez estaba más decidido a no prolongar más aquella situación.<br />

El invierno y su solsticio, trajo en el aire norteño la sensación de que algo importante debía<br />

cambiar. Se podía, tal vez, cerrar otro ciclo más. Estaba próxima la meta. Tenía una lejana<br />

sensación de miedo. Había sufrido para obtener determinados logros materiales y, dejarlos así,<br />

sonaba a despojo voluntario. No obstante, quería mirarse al espejo cada mañana y sentirse digno.<br />

Las calles iban tomando ese aire especial de la fiesta de Pascua. Luís paseó por las aceras.<br />

Miraba las guirnaldas y espumillones y esas luces intermitentes de los árboles de Navidad.<br />

Recordó su niñez, cuando pasaba la noche de Reyes limpiando los zapatos para que los<br />

llenaran de regalos. Un día, su tía Carmela, le dijo que los Reyes Magos eran los padres. Que era<br />

su madre quien le compraba los regalos. Lloró desconsoladamente. Fue la primera vez que<br />

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