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Liberarte_Vol_3_No_1_Septiembre_Diciembre_2008

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ginecólogo le empuja a hacer el procedimiento. Le digo que es probablemente para que tenga mástiempo para procesar lo que significa tener un hijo con problemas congénitos, que es mejor estarpreparados. Ella me pregunta qué más se puede hacer. Yo no sé bien por qué me pregunta a mí,soy pediatra de sus hijos. Pero también soy mujer. Creo que ella quiere hablar conmigo de muchascosas, su hijo pequeño está jugando en la sala de espera y sé que el breve tiempo que podamosconversar solo aumentará su angustia, pero ella quiere hablar. Lle digo que estoy dispuesta aescucharla y ella llora, quiere llorar, no quiere pensar. Recuerdo haber leído a Naomi Wolf decirque cuando hay dudas lo mejor es escuchar a las mujeres. Le pregunto a quién más le ha contadodel embarazo.-Solo a mi papá, dice. El es un hombre a quien admiro mucho, mi madre murió cuando mi hermano y yoéramos pequeños, nos crió con dulzura pero firmeza. Me pregunta si tengo pacientes con síndromes yle digo que sí, que son muy queridos por sus madres, que son bellas criaturas y que demandan laatención de todos, más que un niño normal. Ella llora y solloza y repite que no sabe qué hacer. Alpoco tiempo me dice que su matrimonio no resistirá un hijo más y peor uno que tenga ―problemas‖.Ella es católica, y en este año electoral parecería que el ser católica significa ser madre por sobretodas las cosas. Escucho cómo su padre le ha sugerido interrumpir el embarazo, él que la hacriado católica y que la quiere tanto. Yo le cuento que hay católicas por el derecho a decidir. Lehablo de que en Uruguay tuve clases de catequismo con una joven que me enseñaba sobre Jesúsmientras vendía sacos en un centro comercial. Me dice, confiesa tal vez, que cree que el aborto esun pecado contra Dios, le pregunto si el divorcio es un pecado tendiéndole una trampa con lailusión de ayudarle a sufrir menos. Pero ella me dice que está desesperada y que hay más de unpecado que siente puede cometer. Yo trato de contarle de mis propias dudas e inseguridades, ledigo de mi largo trajinar hacia el alejamiento de la iglesia católica pero del profundo respeto haciael hombre que seguramente fue Cristo y de cómo en ese camino he leído y releído el cristianismo.Con ánimo de curandera le cuento que aprendí que el pecado es aquello que una después deexaminar su hacer, su decir y sentir encuentra en conciencia moralmente inapropiado; es decir,que la propia iglesia nos enseña que es nuestra conciencia la suprema guía de la persona.En el caso de usted Fernanda, le digo, son todas las circunstancias de su vida: sus dos hijos quecambiarán totalmente la vida y atención a partir del nacimiento del nuevo miembro familiar, suesposo que tal vez no se quede como más del sesenta porciento de padres que abandonan elhogar luego de enfrentar una circunstancia parecida, su trabajo, que no podrá mantener cuandodeba cuidar del hijo enfermo, los recursos económicos que ya son escasos ahora y soloempeorarán después, los recursos psicológicos suyos y del resto de familiares, la energía que hoysiente escasa, y un largo etcétera que no puede jamás medir las consecuencias y justificar losmiedos. Pero Fernanda al final de los sollozos me pregunta si ella es mala por pensar en todo loque existe y ama hoy y que sabe que va a ser distinto luego, que no quiere perder lo que ha creadoen tantos años…qué puedo yo saber de quién es buena. Ella me interroga varias veces sobrecuándo empieza la vida, qué es vida, qué es persona, yo apenas alcancé a decirle que estaba

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