Liminar. (del lat. liminaris). adj. Liminal.Liminal. (de liminar). Relativo al limen.Limen (del lat. limen). m. poét. Umbral.Diccionario Universal SopenaMe gusta leer los ensayos de Pavese e intuir, como ya lo intuyó Italo Calvino y luego lo revelaríaPascale Casanova, que la literatura trasciende el ámbito de lo nacional/mercantil y llega ainstalarse en un universo con sus propias reglas y normas. Como diría la propia Casanova, esteuniverso tiene sus meridianos, sus guías básicas: ahora me imagino que Proust, Canetti, Borges,Joyce, los ecos de Shakespeare y Montaigne también, cuyo libro de ensayos compré y no me heanimado aún a empezar. Todos aquellos autores que se leen como canónicos y que uno, como unlector pequeño –en el sentido que Kafka le dio a la palabra pequeño en sus diarios; es decir, liminar,marginal- se apresta a leer como si tuviera que escalar la torre la Pisa con soga y sin rappel.Para escapar del vértigo de los grandes textos que, tarde o temprano le esperan a un lector, uno seconstruye sus líneas de base, señales propias a las que remitirse cuando esté perdido. Yo tengolas mías, y tal vez ahora valga la pena que las mencione, aunque me ruborice cuando ustedes laslean y aunque no siempre sea literatura, pero haga las veces de tal –en su acepción más generosa,al menos-. O que, más aún, funcione como una biografía intelectual o la trama secreta de unanovela de aprendizaje: el cine pequeño de Carlos Sorín, las canciones de Pedro Guerra, lascrónicas tempranas de Lemebel, la poesía de Gelman, las líneas de Héroes, de Ray Loriga, con lasque intenté acercarme a quien hoy es mi pareja, cualquier cosa que haya publicado JavierCercas, Deconstructing Harry, la figura enorme de Piglia –su agudeza, podría precisar-, siempre losversos de Quevedo, Funes el memorioso, Blood on the tracks, de Dylan, cualquier canción decualquier disco de Ryan Adams –no Bryan-, los pasillos tristísimos que oían mis abuelos,Domodossola, esa pequeña ciudad italiana al norte, la voz de Eddie Vedder, cualquier línea quehaya escrito W.G. Sebald, Estrella Distante de Bolaño, <strong>No</strong>cturno de Chile, de Bolaño, y que a mí seme antoja su obra maestra, Carlos Wieder, un personaje de novelas que, me parece, podría estarescondido en alguno de los pueblos centrales de Chile que conocí cuando pasé allá unatemporada. Safran Foer, Sandro Veronesi, Arno Geiger. <strong>No</strong> me pondré cansino, pero creo quepodríamos llenar folios con esas representaciones que constituyen nuestro propio canon, y que vanmudando a medida que uno crece y ha leído más, ha visto más, pero ha dejado de sorprendersecon facilidad.El caso es que desde ese imaginario uno mira lo demás. Con los andamios que las películas, lostextos, los poemas y los lugares han ensamblado en uno y que se constituyen en la base de suexperiencia. Toda experiencia está penetrada por el tiempo, dice Benjamin y lo cita Buck-Morss,
pero a veces parece que todo tiempo, toda época, se percibe desde lo que uno leyó y sintióentonces.En eso aparece la idea de las literaturas. Pequeñas y grandes, diría Kafka; fundacionales, diríaDoris Summer. Pienso en lo que escribió Pascale Casanova, influenciada por Valéry Larbaud,sobre esa tensión que existe entre las literaturas grandes y aquéllas pequeñas, insulares, quebuscan ascender y solo lo logran a partir de una ―gran reforma‖ o propuesta estética, queconmueve los cimientos del canon mayor. Me parece una tesis insuficiente, pero interesante. Y meinteresan los relatos liminares o pequeños porque encuentro en ellos esos fragmentos, como diríaBenjamin, que pueden generar nuevas posibilidades de lecturas históricas, sociales y estéticas.Me gusta esta discusión, este debate. Me gusta Bloom, su arrogante defensa del credo literario yde la estética porque sí. Me gusta que la literatura no tenga que responder a correcciones políticasni a afanes costumbristas. Una literatura cuyo núcleo está en el placer de leer un buen libro, queremite a otro buen libro y que remite, finalmente, a la idea de la metáfora, de la representación, delteatro. Me gusta, también y mucho más, que la literatura pueda cruzar disciplinas, leerse comoHistoria con mayúsculas, ser tomada en serio como testimonio de una época y que las letras de lascanciones, las ciudades caminadas y percibidas puedan también ser textos, como lo escribióMartín Kohan: una literatura que sea posible de ser leída como un documento de una civilización,un texto a descifrar. Millones de piedras de Rosetta.Debo decir que no he tomado parte del todo por ninguna de las dos posturas. Ni la de la literaturasolamente restringida a las posibilidades estéticas occidentales –que es, en buena medida, comose ha leído e interpretado la producción literaria iberoamericana- y que responda únicamente a loscánones de belleza que han evolucionado en aquello que, extraña coincidencia, tanto Bloom comoSaid llaman Occidente; ni la de la literatura como texto sociológico o histórico a secas.<strong>No</strong> descarto la posibilidad de encontrar mi propia respuesta a la mitad del camino entre estas dostensiones. Eso sí, el recorrido se me antoja apasionante. También y desde acá, la posibilidad deleer los textos de este lugar y de cada lugar. Con el mismo afán con que lo hace Rodrigo Fresáncon los textos de Cheever, Muñoz Molina –que es español- con los textos de Saul Bellow, o Borgescon las novelas de Faulkner. La literatura nunca es demasiado inocente ni demasiado banal comopara no tomarla en serio –esto lo podrían aseverar Salman Rushdie, Roberto Saviano o JuanGelman-, sobre todo porque es el espacio del margen, del límite, de la experiencia silenciada agolpes. La ficción da para esa seriedad, y un estudio sobre ella también.
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