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Liberarte_Vol_3_No_1_Septiembre_Diciembre_2008

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Al principio se comportaron con algo de timidez, temerosos de encontrar en nosotros personas conexigencias desconocidas. En esa coyuntura, Alvaro, Cecilia y Luis, entre otros, me fascinaban alseñalar algún pequeño gesto, una clave que me mostraba cómo los niños se entregaban alproyecto y nos mostraban confianza. Garabatos elaborados en los márgenes de sus ilustraciones ynanayes minúsculos como la puntuación en la letra ―i‖ del nombre de Victoria, en forma de corazón,parecían mostrar que los niños se sentían a salvo y protegidos y por lo tanto, dispuestos adivertirse.La diferencia más sobresaliente entre el Rincón del Relato y cualquier otro taller que he realizadoapareció en la forma de la temática de las historias. Aparentemente, el deseo de la mayor parte delos niños norteamericanos con los que trabajé era elaborar su propia caricatura, de manera queellos podrían ―ser‖ exactamente iguales a sus personajes favoritos (Batman o el Avatar, porejemplo). Sin embargo, inicialmente, los niños ecuatorianos parecían no entender el objetivo deelaborar una caricatura. Poco a poco, me parecía que la idea de refugiarse en la fantasía prendíaen sus mentes y luego, cuando desarrollaban sus ideas narrativas, creí entender que esas mismashistorias servirían como una cortina leve, puesta sobre la ventana de sus vidas cotidianas.Un día, después de nuestra sesión inaugural, mientras esperaba un aventón, vi a Cecilia, unapsicóloga infantil que trabajó con nosotros, recogiendo vidrios rotos del suelo del área de juegos enque hicimos nuestro trabajo. Junto a ella se sentaban dos hermanos, Jorge y Johan, ―fogoneros‖ osopladores de fuego en las esquinas del norte de Quito, que ganaban dinero de esa forma parasuplementar los ingresos familiares. Entre agachadas, Cecilia pausaba, veía las caras cicatrizadasde los hermanos y les pedía que dejen esa peligrosa ocupación. Cecilia estaba tan preocupada –yera tan directa—que, aunque la barrera del lenguaje típicamente detenía mi entendimiento, dealguna manera logré procesar este episodio como una falsa memoria en la que la conversaciónocurrió en inglés.―Por favor, no pueden seguir soplando fuego‖, recuerdo que decía (en inglés por supuesto). ―Lagasolina les va enfermar. . .pueden tener lesiones en la boca y la garganta. . . la calle no es segura,les pueden robar o les puede pisar un carro. . .no importa qué diga su padre, deben parar, haymuchos otros trabajos que hacer‖.A medida que el taller avanzaba, Cecilia me tenía al tanto de su análisis de las historias de losniños, en particular, aquellas de Jorge y de Johan. Ambos relatos eran casi idénticos: un día,mientras trabajaban en la calle soplando fuego, se hizo la tragedia. Cecilia señaló que el aspectomás interesante de las historias de los dos hermanos, de hecho venía de una comparación de lasdiferencias entre ambas. Jorge, el hermano mayor, se proyectaba como un dragón poderoso que

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