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37fías de los oprimidos, los explotados, los hambrientosy los masacrados también depende del grado defrecuentación de estas imágenes. Las fotografíasde los biafreños demacrados que Don McCullinhizo a principios de los años setenta fueron paraalgunas personas menos impacrantes que las de lasvíctimas de la hambruna en la India realizadas enlos años cincuenta porWerner Bischofporque esasimágenes se habían vuelto triviales, y las fotografíasde familias tuareg muriendo de inanición al surdel Sáhara difundidas en revistas del mundo enteroen 1973 debieron parecer a muchos una insoportablerepetición en una ya familiar exhibiciónde atrocidades.Las fotografíascausan impacto en tanto quemuestran algo novedoso. Infortunadamente el incrementodel riesgo no cesa; en parte a causa de laproliferación misma de tales imágenes de horror.El primer encuentro con el inventario fotográficodel horror extremo es una suerte de revelación, laprototípica revelación moderna: una epifanía negativa.Para mí, fueron las fotografías de Bergen­Belsen y Dachau que encontré por casualidad enuna librería de Santa Monica en julio de 1945. Nadade lo que he visto -en fotografías o en la vidareal- me afectó jamás de un modo tan agudo,profundo, instantáneo. En efecto, me parece posibledividir mi vida en dos partes, antes de ver esasfotografías (yo tenía doce años de edad) y después,si bien transcurrieron algunos años antes de quewww.esnips.com/weblLinotipo

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