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considerable por encima de los sistemas digitales:<br />
<strong>Un</strong> editor se puede mover con gran libertad de una Moviola a un KEM a un Steenbeck a<br />
un banco de edición a una sala de mezcla a una sala de visionado, con salidas al<br />
laboratorio y al cortador de negativo, todo unificado por la "medida normal" de los<br />
dientes de 35mm. Esto tiene que ser logrado todavía en el Dominio Digital.<br />
Y todavía no hemos logrado el hito número tres: la abolición de la película. Como<br />
alguien en que creció profesionalmente con el martilleo de la Moviola en su oído, pero<br />
que está tecleando estas palabras delante de una computadora, debo decir que siento una<br />
mezcla de anticipación, nostalgia, e incluso arrepentimiento. Kodak está trabajando a<br />
una distancia de al parecer unos dos a diez años en los prototipos del Cine Digital. El<br />
costo de un proyector para una de estas instalaciones estaría en el orden de los<br />
$250.000, y los requisitos del almacenamiento serían de 5000 a 8000 gigabytes por<br />
largometraje.<br />
Mi propia tendencia, ya desde el primer encuentro con el CMX en 1968, era la de una<br />
aceptación entusiasta pero ingenua del ingreso de la electrónica en el cuarto de edición<br />
que ya entonces me parecía natural e inevitable, y en un cierto nivel, aún lo es. Por otro<br />
lado, mi experiencia real como editor durante los últimos treinta años ha sido por sobre<br />
todo en el ámbito mecánico y eso me ha enseñado un respeto por la inherente (y algo<br />
involuntaria) sabiduría de la edición mecánica que ha sido lentamente acumulada a<br />
través de muchas decenas de miles de años-hombre de experiencia práctica por la<br />
comunidad de la edición.<br />
Más allá de los pro y contras, costos y horarios, sin embargo, y dejando de lado los<br />
pensamientos sobre lo "táctil" de la película, está el hecho simple y llano de la<br />
existencia física de la película, ese lugar donde la imagen realmente se captura,<br />
químicamente, en el celuloide. Lo que estamos comunicando a través de la película es<br />
tan insustancial, tan fugaz, estampado con rayos de luz coloreada y ondulaciones<br />
sonoras, está equilibrado de algún modo con poder sostener realmente un cuadro de<br />
película en la mano, tan etéreo como es. Hay una alquimia maravillosa en esto: esos<br />
hidrocarburos, plata, hierro y varios tintes coloreados, más el tiempo intangible, pueden<br />
transmutarse en el material de los sueños.<br />
Pero comparada al flujo de los electrones ingrávidos de una computadora y dígitos<br />
fantasmales, la película es gravedad, y en nuestra prisa por ahora inevitable para abrazar<br />
la ingravidez del electrón, por su embriagadora velocidad y la flexibilidad que puede<br />
dar, nos permitió ver si no podemos acostumbrarnos, en este periodo de gracia<br />
prolongado, a echar otra mirada a lo físico de la película y encontrar una manera de<br />
incorporar, de algún modo, las mejores simulaciones de lo mejor de ese "físico" en los<br />
nuevos sistemas. <strong>Un</strong>a bobina de película es obstinadamente lo que es y no otra cosa, a<br />
menos que se reestructure la materia, y hay un anclaje real, un valor inercial, que los<br />
electrones temblorosos, pese a todo su poder nervioso, no comparten.