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El supermerca<strong>do</strong> estaba lleno. Él no sabía que los viernes atraían a la regiónhor<strong>da</strong>s de turistas. Pese a ello, no tardó mucho. Ya no se <strong>da</strong>ba al trabajo de elegircon criterio extremo o evaluar mejor el precio. Esa clase de vi<strong>da</strong> había que<strong>da</strong><strong>do</strong>atrás. Ahora pensaba: o había futuro o no lo había. Na<strong>da</strong> más. To<strong>do</strong> como un ríoque corre. En el cajero, apenas si vio la suma estampa<strong>da</strong> en el monitor. Le entrególa tarjeta de crédito a la joven y se puso a esperar. En el estacionamiento,frente a él, estaba para<strong>do</strong> un auto lleno de jóvenes. Algunos se habían baja<strong>do</strong> y,recarga<strong>do</strong>s en el vehículo, platicaban, reían, una pareja se estrujaba en el asientode atrás, recarga<strong>da</strong> en la llanta de repuesto, lo más lejos posible de las mira<strong>da</strong>sde los demás. La noche prometía. Victor sonrió. Poco después, no muy lejos delos jóvenes, tomó un taxi. Fue aprecian<strong>do</strong> el paisaje. E intentan<strong>do</strong> con to<strong>da</strong>s susfuerzas no pensar en sí mismo. Ni en la literatura, ni en los escritores, ni en loseditores, ni en los críticos. Estaba harto de to<strong>do</strong> eso.El auto dejó atrás la playa y atravesó el barrio <strong>do</strong>nde él se estaba que<strong>da</strong>n<strong>do</strong>.Las casas encendi<strong>da</strong>s y con las puertas y ventanas abiertas exhalaban alegría, vitali<strong>da</strong>d,esplen<strong>do</strong>r, sueños. Eran, por así decirlo, boletos de entra<strong>da</strong> a la felici<strong>da</strong><strong>da</strong>bsoluta. Pero no lo eran; él lo sabía. Es una ilusión creer que los demás son másfelices. Ninguna persona es más feliz que otra; solo tiene más dinero, más amoro más paz, más salud o más poder.Aquella noche, Victor Vhil se quedó senta<strong>do</strong> en el porche contemplan<strong>do</strong> laluna, que salió, circuló por el cielo y murió más allá, solo para él. La noche siguiente,a la luz de una lámpara de querosén, también en el porche, leyó a DezsöKosztolányi. Nunca es tarde para descubrir un nuevo autor, aunque haya muertoen 1936, hace exactamente setenta años, y uno esté enfermo... Leyó: “El padre sepreguntaba si su hijo sobreviviría. El poeta se preguntaba si su poema sobreviviría”.Cerró el libro sin terminar el cuento, fue al cuarto, se puso una camisa detela más gruesa e, indiferente ante la necesi<strong>da</strong>d de llevar <strong>do</strong>cumentos y algo dedinero, salió a la noche.Tomó la vere<strong>da</strong> que iba a la playa. Las casas, a oscuras, <strong>do</strong>rmían tranquilasotra noche sin memoria. Adelante, en un porche mal ilumina<strong>do</strong>, cuatro hombresjadeaban ante una mesa de cartas. Sus gestos eran lentos como si estuvieranbajo el agua, y no lo vieron pasar.La playa estaba desierta y oscura, pues la luna se había i<strong>do</strong>, ajena a las necesi<strong>da</strong>deshumanas de luz y calor. Pero el cielo estrella<strong>do</strong> iluminaba, le martillaba elcerebro con seductoras ideas de otros mun<strong>do</strong>s habita<strong>do</strong>s, llenos de vi<strong>da</strong>, unavi<strong>da</strong> quizá inmortal. Victor se recostó, de espal<strong>da</strong>s, con las piernas y los brazosabiertos, recibien<strong>do</strong> en el pecho lo que el cielo dejaba caer.Tal vez se durmió, o solo se alejó, en un salto mental, a otro tiempo y lugar.Cuan<strong>do</strong> abrió los ojos, vio el rostro de una joven, la cabeza baja, mirán<strong>do</strong>lo.Cuan<strong>do</strong> se incorporó sobre el co<strong>do</strong>, ella se fue, corrien<strong>do</strong>. Pensó en seguirla,pero vio, a tiempo, que ella se dirigía a una poza de soni<strong>do</strong> y luz, en torno a unauto que se había meti<strong>do</strong> en la arena y que él no tardó en reconocer: era el cocheMAYRANT GALLO445

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