Me aplicaba mucho en actos de caridad. Tan grande era miternura para con el pobre, que quería suplir todas sus necesidades.No podía ver su necesidad sin reprocharme a mí misma por laabundancia que yo disfrutaba. Me privaba de cuanto podía con el finde ayudarles. Se distribuía lo mejor de mi mesa. Había pobres dondeyo vivía que no participaban de mi abundancia. Parecía como si Túme hubieras hecho la única persona dadivosa del lugar, pues al serrechazados por otros, venían a mí. Gemía: “Es tu hacienda; yo sólosoy el contable. Debo repartirlo conforme a tu voluntad”. Encontrémedios de aliviarles sin darme a conocer, porque tenía a alguien queadministraba mis limosnas en privado. Cuando había familias que seavergonzaban de aceptarlas así, se las enviaba como si saldara unadeuda que tuviera pendiente con ellos. Vestía a los que estabandesnudos, y hacía que enseñaran a las chicas jóvenes cómo ganarseel sustento, sobre todo aquellas que eran bien parecidas; con el fin deque al estar empleadas, y tener de qué vivir, no se vieran bajo latentación de echarse a perder. Dios me utilizó para rescatar a algunosde sus desordenadas vidas. Iba a visitar al enfermo, a consolarle, aarreglar su lecho. Aplicaba ungüentos, vendaba sus heridas,enterraba a sus muertos. Suplía en privado a comerciantes yartesanos para mantener sus tiendas. Mi corazón estaba abierto depar en par hacia mis semejantes afligidos. La verdad es que pocospodrían llevar la caridad mucho más allá del punto que nuestroSeñor me permitió acariciar, conforme a mi estado, mientras estuvecasada y hasta el día de hoy.Para purificarme al máximo de la mezcla que yo pudiera formarentre sus dones y mi amor propio, Él me daba períodos internos deprueba que eran muy duros. Empecé a experimentar un pesoinsoportable que provenía de esa misma piedad que previamente mehabía resultado tan fácil y agradable; no consistía en que no la amaracon pasión, sino que me veía falta en la noble práctica de ella. Cuantomás la amaba, tanto más me esforzaba en adquirir aquello en lo quefracasaba. Pero ¡ay!, parecía como si de continuo me dominase lo quese oponía a ello. En realidad, mi corazón estaba distante de todos losplaceres sensuales. Durante estos años pasados a mí me ha parecidoque mi mente ha estado tan desprendida y tan ausente del cuerpo,que hago las cosas como si yo no las hiciera. Si me alimento o mepongo cómoda, lo hago con tal ausencia, o separación, que yo mismame asombro, acompañada de una total mortificación del entusiasmoligado a las sensaciones parejas a toda actividad natural.104
XIXVolviendo a mi historia, la viruela había dañado tanto uno demis ojos, que se temía que fuera a perderlo. La glándula* al borde demi ojo estaba dañada. De cuando en cuando surgía una pústulaentre la nariz y el ojo, que me causaba un gran dolor hasta que erasajada. Hinchaba toda mi cabeza a tal grado que ni siquiera podíasoportar una almohada. El menor sonido era una agonía para mí,aunque a veces armaban un gran revuelo en mi alcoba. Sin embargo,esto supuso una etapa preciosa para mí, por dos razones. La primera,porque me dejaban sola en la cama, donde tenía retraimientoespiritual sin molestias; la otra, porque respondía al deseo que teníade sufrir... un deseo tan grande que todas las austeridades del cuerpohabrían sido como una gota de agua tratando de sofocar un fuego tangrande. En verdad las severidades y rigores que entonces practicabaeran extremos, mas no apaciguaban este apetito de la cruz. Sólo Tú,oh Salvador Crucificado, eres el que puedes hacer que la cruz seaeficaz para la muerte del yo. Que otros se alborocen en su salud yalegría, en sus grandezas y placeres, todos míseros cielos temporales;en cuanto a mí, todos mis deseos se desviaron por otra senda, alcamino silencioso de sufrir por Cristo, y el ser unida a Él, mediante lamortificación de todo lo que de natural había en mí, para que estandomuerta a mis sentidos, apetitos, y voluntad, pudiera vivir porcompleto en Él.Conseguí que me dejaran ir a París para la cura de mi ojo; y, sinembargo, se debía más bien al deseo que yo tenía de ver a MonseñorBertot, un hombre de una profunda experiencia a quien la MadreGranger me había asignado hacía poco como mi guía espiritual. Fui adespedirme de mi padre, que me abrazó con especial ternura, sinllegar a imaginar entonces que aquel sería nuestro último adiós.______________________________________________________________________________________________* Lagrimal.105
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IExistieron omisiones de importanci
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en su desesperación en los brazos
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IINací el 18 de Abril de 1648. Mis
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ecibir consuelo alguno; algo por de
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Mi padre se resistió. Sin duda alg
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acrecentando el número de mis iniq
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vez te llevabas y raptabas mi coraz
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VIMás tarde nos vinimos a París,
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pregunta se enunciaba en casa de mi
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sobrellevarla. Al compartir parte d
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mansedumbre. Una contrariedad tan c
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VIIDurante el primer año todavía
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que no hubiera de ver con buenos oj
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a ninguno en mi carruaje, ni siquie
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VIIITras mucho languidecer, finalme
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