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Autobiografía (Parte I) - Cristianía

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pregunta se enunciaba en casa de mi padre, él mismo me animaba ahablar con libertad. Aquí, cuando hablaba de mis sentimientos,decían que era para entrar en disputa. Me hacían callar de formaabrupta y vergonzosa, y me reprendían de la mañana a la noche.Habría tenido cierta dificultad en relatarle a usted ciertosasuntos – cosa que no se podía llevar a cabo sin que la caridadresultase dañada – si no me hubiera impedido omitir ni uno sólo deellos. Le pido que no mire a las cosas del lado de la criatura, cosa queharía que estas personas aparentaran ser peor de lo que eran enrealidad. Mi suegra tenía virtud y mi marido tenía religión, y no vicioalguno. Es un requisito insalvable mirarlo todo desde el lado que Diosse encuentra. Él permitió que estas cosas sucedieran sólo con vistasa mi salvación y porque no quería que me perdiese. Y por otro ladotenía tanto orgullo que si hubiera recibido un trato distinto, allí mehabría quedado, y quizás no me hubiera vuelto a Dios, como me viimpulsada a hacer debido a la opresión de multitud de cruces.Mi suegra concibió un deseo tal de ponerse en todo en contramía, que, para fastidiarme, me hacía desempeñar los oficios máshumillantes. Su temperamento era una cosa tan particular que, al nohaberlo tratado nunca en su juventud, a duras penas era capaz deconvivir con nadie. No decía nada más que oraciones vocales, peroella no veía este defecto, y si lo veía, y no era capaz de apartarse delos poderes que son propios a la oración, no terminaba de sacarle elmejor provecho. Era una pena, pues tenía tanto mérito comosensatez. Me convertí en la víctima de sus malos humores. Toda suocupación consistía en frustrarme e inspirar un similar sentir a suhijo. Los dos hacían que personas que me debían el respeto como susuperiora* se pusieran por encima de mí. Mi madre, que tenía ungran sentido del honor, no podía soportarlo. Cuando lo oyó por bocade otros (pues yo no le dije nada), me reñía creyéndose que lo hacíaporque no sabía como mantener mi rango y no tenía temple. No meatrevía a contárselo, pero casi estaba dispuesta a morirme por lasagonías de la pena y la continua tribulación. Lo que lo agravaba todoera el recuerdo de personas que se me habían declarado; lo diferentede su forma de ser y de su manera de comportarse, el amor quetenían hacia mí, lo agradables y finos que eran.________________________________________________________________________________________________* En vez de tratarla conforme a su posición natural como mujer que era del dueño y señor de lacasa, la humillaban y dejaban que la servidumbre – pues ella no se quejaba – la tratara delmismo modo.37

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