El caso es el mismo en cuanto a las otras dos potencias. Pormedio de la caridad, las otras dos virtudes teológicas, la fe y laesperanza, llegan a escena. La fe se aferra con firmeza alentendimiento para obligarle a rechazar todo razonamiento,revelaciones personales, y figuraciones particulares, aun sublimes.Esto demuestra sobradamente cuanto discrepa de esto las visiones,revelaciones y éxtasis, e impiden al alma estar perdida en Dios.Aunque por medio de éstas el alma parece estar perdida en Éldurante algún momento pasajero, no es, sin embargo, una verdaderapérdida, porque el alma que está perdida por completo en Dios, ya novuelve a encontrarse de nuevo a sí misma. La fe, pues, hace que elalma pierda toda nítida luz con el propósito de situarla bajo su puraluz propia.La memoria, asimismo, se encuentra con que todas suspequeñas actividades son vencidas por etapas, y se ve a sí mismaasimilada por la esperanza. Por último, todas las potencias se unen ydisuelven en el amor puro. Éste las abarca y atrae hacia sí mismo pormedio de su propio soberano, la VOLUNTAD. La voluntad es elsoberano de las potencias, y la caridad la reina de las virtudes, lacual las une a todas ellas en sí misma.Este encuentro así realizado, se denomina unión central ounidad. Por medio de la voluntad y el amor, todos los elementos(voluntad, entendimiento y memoria) se unen en el centro del alma aDios, que es nuestro fin último. Según San Juan: «...el quepermanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él». (1 Juan 4:16)Esta unión de mi voluntad a la tuya, oh mi Dios, y esta inefablepresencia, era algo tan dulce y poderoso, que me vi obligada arendirme a su delicioso poder, poder que era estricto y severo paracon mis más insignificantes defectos.60
XIMis sentidos (como he descrito) eran de continuo mortificados, yestaban bajo una perpetua restricción. Para conquistarlos totalmente,es necesario negarles la mínima relajación, hasta que la victoria seacompletada. Podemos ver que aquellos que se contentan practicandograndes austeridades externas, al satisfacer a sus sentidos en lo quese dice ser inocente y necesario, permanecen eternamente sin sersubyugados. Las austeridades, aun severas, no conquistarán a lossentidos. Para destruir su poder, la herramienta más efectiva es, porlo general, negarles lo que desean, y perseverar en esto hasta el puntoen que se mantienen sin deseos o repugnancias. Si mientras dura laguerra nos aventuramos a concederles cualquier relajamiento,estamos actuando como aquellos que, con el pretexto de fortalecer aun hombre que estaba condenado a morir de hambre, le ofrecían devez en cuando algún alimento. En realidad esto prolongaría sustormentos, y pospondría su muerte.Pasa lo mismo con la muerte de los sentidos y las potencias, elentendimiento y la propia voluntad. Si no erradicamos toda traza delyo que haya subsistido en aquellos, les estamos apoyando para viviruna vida agonizante hasta el final. Este estado y su acabóse sonclaramente expuestos por Pablo. Él habla de llevar en el cuerpo lamuerte de Jesucristo (II Cor 4:10). No obstante, para evitar el quehubiéramos de asentarnos aquí, distingue completamente esto delestado de estar muerto y tener nuestra vida escondida con Cristo enDios. Sólo por medio de una muerte total al yo podemos estarperdidos en Dios.Aquel que así está muerto no tiene ya más necesidad demortificación. En él se lleva a cabo el propio fin de la mortificación, ytodo es hecho nuevo. Es un error infeliz para aquellas buenas almas,que habiendo llegado a la conquista de los sentidos corporales,mediante esta continua y constante mortificación, todavía hayan deseguir apegadas al ejercicio de ésta. Deberían más bien olvidarse deella y permanecer en indiferencia, aceptando por igual tanto lo buenocomo lo malo, lo dulce y lo amargo, y volcar toda su atención a unalabor de mayor importancia; es decir, la mortificación de la mente y lapropia voluntad. Deberían empezar por desprenderse de todaactividad del yo, lo cual nunca se puede hacer sin la más profundaoración; no hay perfeccionamiento más allá de la muerte de lossentidos sin una profunda recolección, al tiempo que una61
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XXIPor aquel entonces caí en un es
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XXIISegún se iba acercando mi mari
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XXIVEl Señor se llevó de mí toda
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XXVLa primera persona religiosa que
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todavía seguía siendo así, cuand
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XXVIUn día, cuando mi marido aún
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XXVIIEn aquel feliz día de Santa M
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XXIXSi por un lado la Providencia a
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