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Autobiografía (Parte I) - Cristianía

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XIMis sentidos (como he descrito) eran de continuo mortificados, yestaban bajo una perpetua restricción. Para conquistarlos totalmente,es necesario negarles la mínima relajación, hasta que la victoria seacompletada. Podemos ver que aquellos que se contentan practicandograndes austeridades externas, al satisfacer a sus sentidos en lo quese dice ser inocente y necesario, permanecen eternamente sin sersubyugados. Las austeridades, aun severas, no conquistarán a lossentidos. Para destruir su poder, la herramienta más efectiva es, porlo general, negarles lo que desean, y perseverar en esto hasta el puntoen que se mantienen sin deseos o repugnancias. Si mientras dura laguerra nos aventuramos a concederles cualquier relajamiento,estamos actuando como aquellos que, con el pretexto de fortalecer aun hombre que estaba condenado a morir de hambre, le ofrecían devez en cuando algún alimento. En realidad esto prolongaría sustormentos, y pospondría su muerte.Pasa lo mismo con la muerte de los sentidos y las potencias, elentendimiento y la propia voluntad. Si no erradicamos toda traza delyo que haya subsistido en aquellos, les estamos apoyando para viviruna vida agonizante hasta el final. Este estado y su acabóse sonclaramente expuestos por Pablo. Él habla de llevar en el cuerpo lamuerte de Jesucristo (II Cor 4:10). No obstante, para evitar el quehubiéramos de asentarnos aquí, distingue completamente esto delestado de estar muerto y tener nuestra vida escondida con Cristo enDios. Sólo por medio de una muerte total al yo podemos estarperdidos en Dios.Aquel que así está muerto no tiene ya más necesidad demortificación. En él se lleva a cabo el propio fin de la mortificación, ytodo es hecho nuevo. Es un error infeliz para aquellas buenas almas,que habiendo llegado a la conquista de los sentidos corporales,mediante esta continua y constante mortificación, todavía hayan deseguir apegadas al ejercicio de ésta. Deberían más bien olvidarse deella y permanecer en indiferencia, aceptando por igual tanto lo buenocomo lo malo, lo dulce y lo amargo, y volcar toda su atención a unalabor de mayor importancia; es decir, la mortificación de la mente y lapropia voluntad. Deberían empezar por desprenderse de todaactividad del yo, lo cual nunca se puede hacer sin la más profundaoración; no hay perfeccionamiento más allá de la muerte de lossentidos sin una profunda recolección, al tiempo que una61

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