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Autobiografía (Parte I) - Cristianía

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Un día me levanté de repente a las cuatro de la mañana, conuna fuerte impresión en mi mente de que mi padre estaba muerto. Almismo tiempo mi alma se encontraba en una gran satisfacción; sinembargo, mi amor por él llenaba a ésta de tristeza y a mi cuerpo dedebilidad. Bajo los golpes y los problemas diarios que me acaecían,mi voluntad estaba tan supeditada a la tuya, oh mi Dios, que parecíaestar totalmente unida a Ti. Parecía como si, en realidad, no hubieraen mí más voluntad que la tuya. La mía había desaparecido, y nohabía quedado con vida ningún deseo, tendencia, o inclinación,excepto lo que sirviera para alcanzar ese preciso objeto que más teagradaba a Ti, fuera lo que fuera. Si tenía voluntad, lo era en unión ala tuya, como dos laúdes bien afinados en concierto. El que no setoca vierte el mismo sonido que aquel que se toca; no es más que unmismo y único sonido, una excelsa harmonía. Es esta unión de lavoluntad la que establece una paz perfecta. No obstante, aunque mipropia voluntad estaba muerta, desde entonces he podido comprobar,a través de los insólitos estados por los que he sido obligada a pasar,cuánto tenía aún que costarme el tenerla perdida por completo.¡Cuántas almas hay que piensan que tienen su voluntad a punto deser perdida cuando todavía andan muy lejos de ello! Si se toparancon varias pruebas, verían que aún subsiste. ¿Quién hay que nadadeseé para sí mismo, sea cosa alguna de cierto interés, o riquezas,honor, placer, comodidad o libertad? Aquel que en su mente creeestar desprendido de todos estos objetos, poseyéndolos, pronto sedaría cuenta de su apego hacia ellos si fuera despojado de los queposeyera. Si se encontraran a lo largo de toda una generación trespersonas tan muertas a todo, como para estar completamenteresignados a la providencia sin acepciones de ninguna clase, bienpodrían verse como un prodigio de la gracia.Por la tarde, mientras estuve con la abadesa, le dije que teníafuertes presentimientos sobre la muerte de mi padre. En realidadapenas podía hablar, de lo afectada que estaba interiormente. Enaquel momento alguien vino a decirle que la solicitaban en el salón.Era un mensajero que había llegado apresurado, con una nota de mimarido de que mi padre estaba enfermo. Y como después supe, sóloagonizó durante doce horas. Por lo tanto, para entonces él ya habíamuerto. Dijo la abadesa al regresar: “Aquí hay una carta de tumarido, quien ha escrito que tu padre se ha puesto terriblementeenfermo”. Yo le dije: “Está muerto; no tengo ninguna duda acerca deello”.107

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