El sobrino de mi padre, sobre el cual he hecho alguna menciónanteriormente, había regresado de Conchin China para hacerse cargode algunos sacerdotes en Europa. Estaba radiante de alegría devolverle a ver, y me acordé del bien que me había hecho. La damamencionada no estaba menos contenta que yo. Se entendieron entresí inmediatamente y conversaron en un lenguaje espiritual. La virtudde esta excelsa relación me hechizó. Admiraba su inagotable oraciónsin ser capaz de comprenderla. Procuraba meditar y pensar en Diossin descanso, murmurar y proferir oraciones. Con todo mi duroesfuerzo, no pude obtener lo que Dios me dio a la larga, y que sólo sepuede experimentar en simplicidad. Mi primo hizo cuanto pudo paraunirme con mayor fuerza a Dios. Cultivó un gran afecto hacia mí. Lapureza que veía en mí en relación con la corrupción de la época, larepugnancia del pecado en una etapa de la vida donde otrosempiezan a saborear sus placeres – no había cumplido todavíadieciocho años –, le hizo ser muy tierno conmigo. Ingenuamente meiba a quejarme a él de mis defectos. Éstos los veía yo claramente. Meanimaba y exhortaba para que me mantuviera en pie, y para queperseverara en mis dignos empeños. De buen grado me habríaintroducido hacia una forma más simple de oración, pero todavía noestaba preparada para ello. Creo que sus oraciones tenían mayorefecto que sus palabras.Tan pronto se hubo marchado de la casa de mi padre, Tú, ohDivino Amor, manifestaste tu favor. El deseo que tenía yo deagradarte, las lágrimas que derramaba, los múltiples dolores queexperimentaba, los trabajos que sostenía, y el poco fruto que de elloscosechaba, te movieron en compasión. Éste era el estado de mi almacuando tu bondad, dejando atrás toda mi vileza e infidelidad, yabundando en la misma medida que mi miseria, concedióme en uninstante lo que todos mis esfuerzos jamás lograron alcanzar.Viéndome Tú remar con ahínco y duro trabajo, el aliento de tu divinoactuar se puso a mi favor, y me llevó viento en popa sobre este marde aflicción.A menudo le había hablado a mi confesor sobre la gran ansiedadque me daba el no poder meditar, ni emplear mi imaginación con elpropósito de orar. Los temas de oración demasiado extensos no meeran de utilidad. Aquellos que eran cortos y concisos se me ajustabanmejor.50
Al fin Dios permitió que una persona muy religiosa, de la ordende los Franciscanos, pasara por la morada de mi padre. Habíadispuesto ir por un camino más corto, pero un poder secreto cambiósus planes. Entendió que había algo que él tenía que hacer, y pensóque Dios le había llamado para la conversión de un hombre de ciertadistinción en ese país por el que ahora se veía obligado a pasar. Sulabor acabó siendo infructífera. Era la conquista de mi alma lo que sehabía fraguado. En cuanto hubo llegado se fue a ver a mi padre,quien se regocijó por su venida. Por aquel entonces yo estaba a puntode dar a luz a mi segundo hijo*, y mi padre estaba terriblementeenfermo, a la espera de que muriera. Me habían ocultado suenfermedad durante algún tiempo.Una persona indiscreta me lo dijo bruscamente. Al momento melevanté, débil como estaba, y me fui a verle, pues me habíasobrevenido una peligrosa enfermedad. Mi padre se repuso losuficiente, aunque no por completo, para darme nuevas muestras desu cariño. Le comenté el fuerte deseo que tenía de amar a Dios, y demi gran tristeza por no ser capaz de hacerlo con todo mi ser. Pensaríaque no podría darme una señal más sólida de su amor queprocurando ponerme en contacto con este respetable hombre. Me dijolo que sabía de él, y me instó que fuera a verle lo antes posible.Al principio estuve reticente de hacerlo, atenta de observar lasreglas de la más estricta prudencia. No obstante, los repetidos ruegosde mi padre tuvieron para mí el peso de un mandato positivo. Penséque ningún mal había en ello, pues sólo lo hacía en obediencia a él.Me llevé conmigo a un familiar femenino. Al principio parecía un pococonfuso, ya que era reservado con las mujeres. Como hacía poco queacababa de salir de una soledad que había durado cinco años, sesorprendió de que fuera yo la primera persona en dirigirse a él.Durante un rato no dijo ni una palabra. Yo no sabía a qué atribuir susilencio. No vacilé en empezar a hablar con él, y contarle en pocaspalabras mis dificultades en cuanto a la oración. Al instante replicó:“Esto se debe, Madame, a que busca por fuera lo que tiene pordentro. Acostúmbrese a buscar a Dios en su corazón, y allí loencontrará”._______________________________________________________________________________________________* Aunque no menciona el nacimiento de un tercer hijo, que resultó ser una niña, debemosmencionar el suceso, porque más adelante se echa en falta este pequeño detalle.51
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XXVLa primera persona religiosa que
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