llevaban. Vi con claridad que era demasiado negligente, y aquello erami tormento. Busqué por todas partes a Aquel que en lo secreto habíaencendido mi corazón. Pero, ¡ay!, apenas nadie le conocía. Sollozabayo: “Oh Tú, el que mucho ama mi alma, si hubieras estado cerca demí no me hubieran acaecido estos desastres”. Cuando digo que así lehablaba no es más que para hacerme entender. En realidad todosucedía casi en silencio, puesto que no podía hablar. Mi corazónposeía el lenguaje del Verbo, que habla sin cesar en los lugares másrecónditos del alma. ¡Oh idioma sagrado! ¡Sólo con la experiencia sepuede entender! Que nadie piense que es un lenguaje yermo y árido,o mera consecuencia de la imaginación. Nada más lejos de larealidad; es la expresión silenciosa del Verbo en el alma. Como nuncadeja de hablar, nunca deja de obrar. Si la gente llegara alguna vez aconocer las intervenciones de Dios en almas completamenteresignadas a su guía, se llenarían de perplejidad y reverenteadmiración.Me percataba de que estaba dentro de lo posible que la purezade mi estado pudiera mancillarse por un excesivo comercio con lascriaturas, por lo que me di prisa en terminar lo que me retenía enParís, con el fin de regresar de nuevo al campo. “Verdad es, oh miSeñor, que sentía que me habías dado fuerzas suficientes como paraevitar toda ocasión de mal... pero cuando me había rendido hasta elpunto de meterme en él, me encontraba con que no podía resistir lasvanas complacencias y buen número de otras debilidades en las queme atrapaba”. El dolor que sentía tras mis faltas era inexpresable. Noera una angustia que se levantara de ninguna idea preconcebida oconcepto alguno, ni de un motivo en particular o cariño hacia algo...,sino una especie de fuego devorador que no se detenía hasta que lafalta era consumida y el alma era purificada. Era un destierro de mialma de la presencia de su Amado. No podía acceder a Él, ni tampocopodía tener descanso alguno fuera de Él. No sabía qué hacer. Eracomo la paloma fuera del arca, que al no encontrar descanso para laplanta de sus pies, se vio obligada a regresar al arca; mas, viendo quela ventana estaba cerrada, sólo pudo revolotear por los alrededores.Mientras tanto, por medio de una infidelidad que siempre me haráculpable, me esforzaba por encontrar alguna satisfacción por fuera,mas no pude. Esto sirvió para convencerme de mi estupidez y de lavanidad de esos placeres que dicen ser inocentes. Cuando me dejabaconvencer para probarlos, sentía una fuerte repulsa que, junto a unremordimiento por causa de la transgresión, cambiaba mi baile en76
lamento. “Oh, Padre mío – decía yo –, esto no eres Tú, y nada másaparte de Ti puede dar un placer sólido y consistente”.Un día, sujeta a infidelidad y complacencia, me fui a dar unpaseo a uno de los parques públicos, más por un exceso de vanidadde exhibirme que por disfrutar del lugar. ¡Oh, mi Señor! ¿Cómo mehiciste ser consciente de esta falta? Pero lejos de castigarme porpermitirme tomar parte del juego, lo hiciste en el hecho de tenermetan cerca de Ti que no podía prestar atención a nada más que a mifalta y a tu desagrado. Después de esto fui invitada junto a otrasdamas a una fiesta en Saint Cloud. Con vanidad y poniendo algo demi parte, accedí y fui. El evento fue espléndido; ellas, que eranconsideradas prudentes a los ojos del mundo, lo pudieron disfrutar.Yo estaba llena de amargura. No pude comer de nada, no pudedisfrutar de nada. ¡Oh, qué lágrimas! Durante más de tres meses miAmado retiró su favorable presencia, y no podía ver más que a unDios enfadado.En aquella ocasión, y en otro viaje que hice con mi marido aTouraine, fui como esos animales que van de camino al matadero. Enlos días indicados la gente les adornaba con flores y plantas, y eranllevados a la ciudad a ritmo de charanga antes de matarlos. En elcrepúsculo de su caída, esta débil belleza brilló con un nuevo fulgor,para en breve extinguirse. Poco después me vi afectada por la viruela.Un día, mientras iba de camino a la iglesia acompañada por unlacayo, un hombre pobre me salió al paso. Fui a darle limosna; medio las gracias pero la rehusó, y entonces me empezó a hablar de unaforma maravillosa acerca de Dios y de las cosas divinas. Me mostrótodo lo que había en mi corazón, mi amor hacia Dios, mi caridad, miexcesivo apego a mi belleza, y todos mis defectos; me dijo que no erasuficiente con evitar el Infierno, sino que el Señor requería de mí lapureza más profunda y la perfección más absoluta. Mi corazónasentía a sus reprensiones. Le escuche en silencio y con respeto; suspalabras penetraron a través de mi alma. Cuando llegué a la iglesiame desvanecí. Nunca he vuelto a ver a ese hombre desde entonces.77
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XXVLa primera persona religiosa que
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XXVIUn día, cuando mi marido aún
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XXVIIEn aquel feliz día de Santa M
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XXVIIIMe tuve que desplazar a Parí
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XXIXSi por un lado la Providencia a
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