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Autobiografía (Parte I) - Cristianía

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deshicieras sus gélidos corazones, y les restauraras a vida, nunca selevantarían.Caí entonces en el mayor de todos los infortunios. Errante, mealejé más y más de Ti, oh mi Dios, y te retiraste poco a poco de uncorazón que había renegado de Ti. Pero tal es tu bondad, que parecíacomo si me hubieras dejado con pesar; y cuando este corazón estabadeseoso de regresar a Ti de nuevo, ¡con qué rapidez viniste a recibirlo!Esta prueba de tu amor y misericordia, habrá de ser para mí uneterno testimonio de tu bondad y de mi propia ingratitud.A medida que la edad otorgaba mayor fuerza a la naturaleza, mevolví aún más apasionada de lo que nunca había sido. Con frecuenciaera culpable de mentir. Sentía mi corazón corrupto y vano. La chispade gracia divina casi estaba extinta dentro de mí, y caí en un estadode indiferencia y falta de devoción, a pesar de que guardaba lasapariencias. Las pautas de comportamiento que había adquirido en laiglesia me hacían aparentar ser mejor de lo que era. La vanidad, quehabía sido excluida de mi corazón, volvía ahora a ocupar su lugarcorrespondiente. Empecé a pasar gran parte de mi tiempo ante unespejo. Encontré tanto placer en mirarme a mí misma, que pensabaque los demás estaban en su derecho de hacer lo mismo. En vez dehacer uso de este exterior, que Dios me había dado para poderamarle todavía más, sólo se convirtió para mí en los recursos de unavana complacencia. Todo en mi persona me parecía bello, pero nollegaba a ver que ocultaba bajo sí un alma contaminada. Esto me hizotan vana interiormente, que dudo que alguien me haya nuncasuperado en ello. Había una falsa modestia en mi conducta externaque podía engañar al mundo entero.La gran estima que tenía por mí misma me hizo encontrar faltasen todo aquel que era de mi propio sexo. No tenía ojos más que paraver mis propias buenas cualidades y para descubrir los defectos deotros. Escondía de mí misma mis propias faltas, o si advertía alguna,para mí parecía poco en comparación con otras. Las excusaba, eincluso me las pintaba a mí misma como perfecciones. Fuera cualfuera la idea que me hiciera de otros, o de mí misma, era errónea.Hasta tal extremo me gustaba leer, particularmente romances, queme pasaba días y noches enteras enfrascada en ellos. Algunas vecesel día rompía mientras yo seguía leyendo, hasta el punto que duranteun tiempo casi perdí el hábito del sueño. Siempre estaba impacientede llegar al final del libro con la esperanza de encontrar algo que31

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