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Autobiografía (Parte I) - Cristianía

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XXIIISiendo ahora una viuda, mis cruces, que uno podría pensar queamainaron, sólo se encrudecieron. Aquella turbulenta sirvienta queha menudo he mencionado, en vez de llegar a templarse más, ahoraque ella dependía de mí, se volvió más furiosa que nunca. Habíaamasado una buena fortuna en nuestra casa, y aparte yo leadjudiqué una paga anual de por vida por los servicios que le habíaprestado a mi marido. Se erguía en vanidad y altivez. Al haberseacostumbrado a velar tanto por un inválido, se había aficionado abeber vino, para animarse. Ahora había pasado a ser un hábito. Amedida que se iba haciendo cada vez mayor y más débil, unapequeña cantidad ya le afectaba. Traté de ocultar este defecto, perollegó a abarcar tanto que no pudo disimularse. Hablé con su confesoracerca de ello, para que intentara, con delicadeza y tacto, rescatarlade ello; pero en vez de aprovecharse del consejo de su directorespiritual, se indignó mucho conmigo. Mi suegra, que apenas podíasoportar el vicio de la ebriedad, y a menudo me había hablado de ello,ahora se ponía de su lado y a mí me reprochaba. Cuando llegabacualquier visita, esta extraña criatura gritaba con todas sus fuerzasque la había ultrajado, le había hecho volverse loca, y era la causa desu condenación, al tiempo que yo misma había tomado el mismocamino. Pero Dios me dio una paciencia sin límites. Yo sólo respondíaa todas sus pasionales invectivas con mansedumbre y ternura,ofreciéndole además toda prueba posible de mi afecto. Si cualquierotra doncella venía a atenderme, ella la echaba con rabia, chillandoque yo la odiaba por el afecto con que había servido a mi marido.Cuando no le apetecía venir, me veía obligada a servirme yo; ycuando venía, era para reprenderme y armar jaleo. Cuando meencontraba muy mal, como a menudo ocurría, esta muchachaparecía estar desesperada. De ahí que pensara que provenía de Ti, ohSeñor, el que todo esto me acaeciera. Sin tu permiso, apenas hubierasido ella capaz de sostener una conducta tan incomprensible. Noparecía ser consciente de ninguna falla, sino que siempre creía estarhaciendo lo correcto. Todos aquellos de los que te has valido parahacerme sufrir, pensaban que al hacerlo te estaban prestando unservicio.Antes de la muerte de mi marido, me fui a París con el propósitode ver a Monseñor Bertot, que me había sido de muy poca ayudacomo director espiritual. Desconociendo mi estado, y siendo yoincapaz de contárselo, se hartó de la responsabilidad. Finalmente125

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