profundidad en el espíritu interno de la oración, que apenas podía yapronunciar rezo vocal alguno.Esta inmersión en Dios absorbió todas las cosas en Él. Aunqueamaba con ternura a ciertos santos como San Pedro, San Pablo,Santa María Magdalena, o Santa Teresa, no me podía hacer imágenesde ellos, ni invocar a ninguno de ellos más que a Dios.Unas pocas semanas después de haber recibido aquella heridainterior del corazón que había iniciado mi cambio, se acogió la fiestade la Bendita Virgen en el convento donde aquel buen padre era miguía espiritual. Fui por la mañana a recibir las indulgencias y mesorprendí mucho cuando llegué allí y vi que no podía intentarlo,aunque estuve más de cinco horas en la iglesia. Estaba atravesadapor un dardo de puro amor tan real, que era incapaz de hacer unresumen con indulgencias del dolor causado por mis pecados. “Oh miAmor – gemía –, estoy dispuesta a sufrir por Ti. No encuentro placermás que sufriendo por Ti. Las indulgencias puede que sean buenaspara aquellos que no conocen el valor de los sufrimientos, queescogen que tu justicia divina no sea satisfecha; almas mercenariasque no tienen el mismo temor a desagradarte que a los doloresanexos al pecado”. Sin embargo, por miedo de estar equivocada ycometer la falta de no recibir las indulgencias, porque no había oídode nadie que estuviera antes en una senda así, volví de nuevo paratratar de recibirlas; pero en vano. Sin saber qué hacer, me resigné amí misma a nuestro Señor. Cuando regresé a casa, escribí al buenpadre, que había extraído parte de su sermón de lo que yo le habíaescrito con anterioridad, recitándolo textualmente como yo se lohabía escrito.Me desprendí entonces de toda compañía, le dije adiós parasiempre a todo juego y diversión, danzas, paseos de poco provecho, yfiestas placenteras. Durante dos años había dejado de arreglarme elpelo. Me favorecía, y mi marido lo aprobaba.Ahora mi único placer era arañar algunos momentos para estara solas contigo, ¡Tú que eres mi único Amor! Cualquier otro placer meresultaba un sacrificio. No perdía tu presencia, que me erasuministrada por medio de una inyección continua, no como yo lohabía imaginado, por un esfuerzo de la mente o por la fuerza delpensamiento cuando uno medita en Dios, sino en la voluntad, donde58
saboreaba con inefable dulzura el goce del objeto amado. En una felizexperiencia supe que el alma fue creada para disfrutar a su Dios.La unión de nuestra voluntad con la Suya sujeta al alma a Dios,la conforma a Su buen placer, y hace que nuestra propia voluntadpoco a poco muera. Por último, arrastrando consigo a los otrospoderes* por medio de la caridad con la que es llena, hace que éstosse reencuentren gradualmente en el Centro, y allí se pierda loreferente a sus propias obras y naturaleza.Esta pérdida se denomina la aniquilación de las potencias.Aunque en sí mismas aún subsisten, sin embargo a nosotros nosparecen aniquiladas, en la misma medida que la caridad estállenando e inflamando. Esto se vuelve tan fuerte, como grados haydestinados a vencer todas las actividades de la voluntad del hombre,con el fin de sujetarla a la que es de Dios. Cuando el alma es dócil ydeja ser purificada y vaciada de todo aquello que es suyo, que escontrario a la voluntad de Dios, se ve a sí misma poco a pocodesprendida de toda emoción propia y puesta en santa indiferencia,sin anhelar nada más que lo que Dios desea. Esto nunca se puedellevar a cabo mediante la actividad de nuestra propia voluntad,aunque de continuo se empleara en actos de resignación. Éstos,aunque virtuosos, hasta ahora no han consistido en nada más que enlas acciones de cada uno, y han hecho que la voluntad subsista enuna multiplicidad, en una especie de categoría separada o unadisimilitud de Dios.Cuando la voluntad de la criatura se somete por completo a ladel creador, sufriendo de forma libre y voluntaria, y cediendo sólo a lavoluntad divina (en esto consiste su absoluta sumisión) por el hechode soportar el ser totalmente vencida y destruida por las obras delamor, esto hace que la voluntad se absorba en el yo, se consuma enla de Dios, y se purifique de toda intolerancia, disimilitud, y egoísmo._________________________________________________________________*Santa Teresa también se refería a las potencias o poderes del alma como aquellos elementos ennosotros que deben ser subyugados y sujetados a la voluntad divina. Estos tres poderes son laVOLUNTAD del hombre, su ENTENDIMIENTO (con el que razonamos), y la MEMORIA (con la querecordamos). Debemos notar que la voluntad es el soberano de las potencias, como más adelantese nos explica. Como comentario, resaltar que el conocimiento de todas estas cosas no va a crearese corazón que es conforme al de Dios, pero si que nos permite ver los elementos en los que elEspíritu Santo está interesado cuando está trabajando en nosotros.59
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XXVLa primera persona religiosa que
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XXVIIIMe tuve que desplazar a Parí
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XXIXSi por un lado la Providencia a
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