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Autobiografía (Parte I) - Cristianía

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profundidad en el espíritu interno de la oración, que apenas podía yapronunciar rezo vocal alguno.Esta inmersión en Dios absorbió todas las cosas en Él. Aunqueamaba con ternura a ciertos santos como San Pedro, San Pablo,Santa María Magdalena, o Santa Teresa, no me podía hacer imágenesde ellos, ni invocar a ninguno de ellos más que a Dios.Unas pocas semanas después de haber recibido aquella heridainterior del corazón que había iniciado mi cambio, se acogió la fiestade la Bendita Virgen en el convento donde aquel buen padre era miguía espiritual. Fui por la mañana a recibir las indulgencias y mesorprendí mucho cuando llegué allí y vi que no podía intentarlo,aunque estuve más de cinco horas en la iglesia. Estaba atravesadapor un dardo de puro amor tan real, que era incapaz de hacer unresumen con indulgencias del dolor causado por mis pecados. “Oh miAmor – gemía –, estoy dispuesta a sufrir por Ti. No encuentro placermás que sufriendo por Ti. Las indulgencias puede que sean buenaspara aquellos que no conocen el valor de los sufrimientos, queescogen que tu justicia divina no sea satisfecha; almas mercenariasque no tienen el mismo temor a desagradarte que a los doloresanexos al pecado”. Sin embargo, por miedo de estar equivocada ycometer la falta de no recibir las indulgencias, porque no había oídode nadie que estuviera antes en una senda así, volví de nuevo paratratar de recibirlas; pero en vano. Sin saber qué hacer, me resigné amí misma a nuestro Señor. Cuando regresé a casa, escribí al buenpadre, que había extraído parte de su sermón de lo que yo le habíaescrito con anterioridad, recitándolo textualmente como yo se lohabía escrito.Me desprendí entonces de toda compañía, le dije adiós parasiempre a todo juego y diversión, danzas, paseos de poco provecho, yfiestas placenteras. Durante dos años había dejado de arreglarme elpelo. Me favorecía, y mi marido lo aprobaba.Ahora mi único placer era arañar algunos momentos para estara solas contigo, ¡Tú que eres mi único Amor! Cualquier otro placer meresultaba un sacrificio. No perdía tu presencia, que me erasuministrada por medio de una inyección continua, no como yo lohabía imaginado, por un esfuerzo de la mente o por la fuerza delpensamiento cuando uno medita en Dios, sino en la voluntad, donde58

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