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Autobiografía (Parte I) - Cristianía

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todavía seguía siendo así, cuando me iba a la campiña a tomar algúndescanso se quejaba de que la dejaba sola. Si le rogaba que vinieraacá, no venía. Si le decía que no me atrevía a decirle que viniera, pormiedo a incomodarla por el cambio de cama, ella contestaba que sóloeran excusas, porque la realidad era que yo no quería que fuera, yque sólo me iba para estar lejos de ella. Cuando llegaba a mis oídosque no estaba contenta con que yo estuviera en la campiña,regresaba a la ciudad. Después, no podía soportar hablar conmigo, overme. Yo la abordaba sin aparentar darme cuenta de cómo se lotomaba. En vez de contestarme, volvía la cabeza para otro lado. Amenudo le enviaba mi carruaje, rogándole que viniera y pasara un díaen el campo. Ella lo devolvía vacío, sin respuesta alguna. Si mepasaba algunos días allí sin enviarlo, se quejaba a voz en cuello. Enbreve, todo cuanto hiciera le amargaba, pues Dios lo permitía. En elfondo tenía buen corazón, pero era afligida por un desasosegadocarácter. Y yo no dejo de sentirme muy obligada hacia ella.Estando junto a ella el día de Navidad, le dije con mucho afecto:“Madre, en este día nació el Rey de paz con el propósito de traernos aella; le deseo toda la paz del mundo en Su nombre”. Creo que eso latocó, aunque ella no dejaba que se viera. El párroco, con el que ya mehabía encontrado en mi hogar paterno, lejos de fortalecerme yconfortarme, no hacía más que debilitarme y afligirme, diciéndomeque no debía tolerar ciertas cosas. Yo no tenía suficiente crédito comopara despedir a ninguno de los empleados domésticos, por muyculpable o deficiente que fuera. En el momento en que se amonestabaa cualquiera de ellos con la expulsión, ella se ponía de su lado, ytodos sus amigos interferían en ello. Cuando estaba a punto demarcharme, uno de los amigos de mi suegra, un hombre de valía, quesiempre me había tenido aprecio, habiendo oído acerca de mi marcha,aunque sin atreverse a mostrarlo, tenía mucho miedo de que dejarala ciudad, pues la remoción de mis dádivas, pensaba él, supondríauna considerable pérdida para la región. Decidió hablar con misuegra de la forma más sosegada, pues la conocía. Después de hablarcon ella, dijo ésta que no me echaba, pero que si me iba, no me loimpediría. Después de esto vino a verme, y rogóme que fuera y que lepidiera alguna excusa con el fin de contentarla. Le dije que “estabadispuesta a pedirle cientos de ellas, aunque no sabía de qué tenía quedisculparme; que lo hacía continuamente con todas las cosas, y estola incomodaba. Pero que ese no era el problema, pues yo no mequejaba de ella, mas no me parecía conveniente seguir allí si laestaba incomodando; que sólo lo hacía para contribuir a su135

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