Fui culpable de frecuentes y peligrosas irregularidades en estacasa, y cometí serias faltas. Tenía buenos ejemplos ante mí, y siendopor naturaleza inclinada a ello, los seguía si no había nadie paracorregirme. Me encantaba oír hablar de Dios, estar en la iglesia, y elir vestida de atuendo religioso. Me contaban los terrores del Infierno,que yo creía tenían la intención de intimidarme de lo inquieta queera, y por lo llena que estaba de un tanto petulante brío que ellosdenominaban ingenio. A la noche siguiente soñaba con el Infierno, yaunque era tan joven, el tiempo nunca ha sido capaz de borrar lasterribles ideas impresas en mi imaginación. Todo era una horribleoscuridad, donde las almas eran castigadas, y mi lugar entre ellasestaba señalado. Con esto lloraba amargamente, y clamaba: “Oh, miDios, si tienes misericordia de mí, y me perdonas un poco más,nunca más te volveré a ofender”. Y tú, oh Señor, en misericordia oístemi llanto, y derramaste sobre mí fuerza y valor para servirte, de unaforma fuera de lo común para alguien de mi edad. Quise ir aconfesarme en privado, pero, como era pequeña, la encargada de losinternos me llevó al sacerdote, y se quedó conmigo mientras eraescuchada. El confesor se sorprendió mucho cuando le mencioné quetenía teorías en contra de la fe, y se empezó a reír y a preguntarcuáles eran. Le dije que hasta entonces dudaba que existiera unlugar como el Infierno, y que suponía que mi superiora me habíahablado de él con el único propósito de hacerme buena, pero que misdudas ya se habían disipado. Tras la confesión mi corazón seencendió con cierto fervor, y al momento tuve el deseo de sufrirmartirio. Para entretenerse, y para ver hasta que punto este aumentode fervor me habría de llevar, las buenas chicas de la casa merogaron que me preparara para el martirio. Encontré gran fervor ydeleite en la oración, y estaba convencida de que este ardor, siendotan novedoso como agradable, era prueba del amor de Dios. Esto meinspiró con tal coraje y resolución que esperaba con impaciencia suproceder, para que por medio de ello pudiera entrar en Su santapresencia. ¿Pero no había una latente hipocresía aquí? ¿No era queimaginaba que sería posible que no me mataran, y que tendría elmérito del martirio sin sufrirlo? A primera vista parece que sí quehabía algo allí de esta naturaleza. Colocada sobre un paño extendidopara la ocasión, y viendo detrás de mí una larga espada levantadaque habían preparado para comprobar hasta donde me llevaría miardor, grité: “¡Esperad, no es bueno que haya de morir sin obtenerprimero el permiso de mi padre!” Habiendo dicho esto fui reprendidacon presteza; me dijeron que podía levantarme y escapar de allí, y queya no era más un mártir. Estuve mucho tiempo desconsolada, y sin12
ecibir consuelo alguno; algo por dentro me echaba en cara no haberabrazado aquella oportunidad de ir al cielo, cuando todo habíadependido de mi propia elección.Bajo mi petición, y debido a que a menudo caía enferma, al finalme llevaron a casa. A mi regreso, teniendo mi madre una criada en laque había depositado su confianza, me volvió a dejar al cuidado de laservidumbre. Es una grave falta, de la que las madres son culpables,cuando, con el pretexto de quehaceres externos, u otro tipo dedevociones, obligan a sus hijas a soportar su ausencia. Y no meabstengo de condenar esa injusta parcialidad con la que algunospadres tratan a sus hijos. Es frecuente fruto de divisiones en familias,e incluso supone la ruina de algunas. La imparcialidad, al unir loscorazones de los hijos entre sí, establece los cimientos de unaunanimidad y armonía duraderos.Me gustaría ser capaz de convencer a los padres, y a todosaquellos que cuidan de la juventud, de la gran atención que requiereny cuán peligroso es, durante cualquier lapso de tiempo, no tenerlesbajo su mirada, o mantenerles faltos de alguna clase de empleo. Estanegligencia es la ruina de multitud de muchachas.Cuánto ha de lamentarse que las madres inclinadas a la piedadperviertan aun los medios de la salvación, y para su propiadestrucción, al cometer las mayores irregularidades cuandoaparentemente persiguen aquello que debiera producir la conductamás regular y cauta.Así, debido a que experimentan cierta ganancia en oración, sepasan todo el día en la iglesia; mientras tanto, sus hijos corren haciala destrucción. Glorificamos más a Dios cuando impedimos lo que lepueda ofender. ¡De qué naturaleza habrá de ser aquel sacrificio queda pie al pecado! Dios debe ser servido a Su manera. La devoción delas madres debería regularse con el fin de evitar que sus hijas seextravíen. Que las traten como hermanas, no como esclavas. Queparezcan agradadas con sus pequeños entretenimientos. Entonceslos hijos se deleitarán con la presencia de sus madres, en vez deevitarla. Si encuentran tanta felicidad con ellas, no soñarán enbuscarla en cualquier otra parte. A menudo las madres niegan a sushijos cualquier clase de libertad. Al igual que los pájarosconstantemente confinados a una jaula, que tan pronto comoencuentran medios de escape, se marchan para nunca regresar. Para13
- Page 2 and 3: Título del original francés, Vie
- Page 4 and 5: Otra cosa. Si es usted un alma apas
- Page 7 and 8: IExistieron omisiones de importanci
- Page 9 and 10: en su desesperación en los brazos
- Page 11: IINací el 18 de Abril de 1648. Mis
- Page 15: cualidades exteriores. Sólo valía
- Page 18 and 19: Mi padre se resistió. Sin duda alg
- Page 20 and 21: hermanas, que sólo me procuraba la
- Page 22 and 23: acrecentando el número de mis iniq
- Page 24 and 25: vez te llevabas y raptabas mi coraz
- Page 26 and 27: Había en aquella casa una sobrina
- Page 28 and 29: Mi madre era una mujer muy virtuosa
- Page 30 and 31: las razones del amor y sus definici
- Page 32 and 33: satisficiera un anhelo y ansia que
- Page 35 and 36: VIMás tarde nos vinimos a París,
- Page 37 and 38: pregunta se enunciaba en casa de mi
- Page 39 and 40: sobrellevarla. Al compartir parte d
- Page 41 and 42: mansedumbre. Una contrariedad tan c
- Page 43 and 44: VIIDurante el primer año todavía
- Page 45 and 46: que no hubiera de ver con buenos oj
- Page 47 and 48: a ninguno en mi carruaje, ni siquie
- Page 49 and 50: VIIITras mucho languidecer, finalme
- Page 51 and 52: Al fin Dios permitió que una perso
- Page 53: tomar la responsabilidad de mi guí
- Page 56 and 57: ¡Oh, Palabra hecha carne cuyo sile
- Page 58 and 59: profundidad en el espíritu interno
- Page 60 and 61: El caso es el mismo en cuanto a las
- Page 62 and 63:
mortificación. En realidad, la rec
- Page 65 and 66:
XIIEl trato de mi marido y de mi su
- Page 67 and 68:
en todo el día. Se volvieron riend
- Page 69 and 70:
Mi marido y suegra, que hasta enton
- Page 71 and 72:
oído o leído de tal estado como e
- Page 73 and 74:
IIIEn aquel entonces recibí un des
- Page 75 and 76:
haberle dejado desobedeciste su lla
- Page 77:
lamento. “Oh, Padre mío - decía
- Page 80 and 81:
una persona lo suficientemente hone
- Page 82 and 83:
mi vida ha sido sólo una mezcla de
- Page 84 and 85:
Le dije a mi marido que tenía mal
- Page 86 and 87:
que había sido un cepo para mi org
- Page 88 and 89:
Tú eras el único, oh Dios mío, q
- Page 90 and 91:
Un día la muchacha me dijo que iba
- Page 92 and 93:
forma tal que se vio obligada a irs
- Page 95 and 96:
XVIINos fuimos a vivir a la campiñ
- Page 97 and 98:
Cuando quería escribir a la Madre
- Page 99 and 100:
gran agradecimiento a su madre. Usa
- Page 101 and 102:
XVIIIUnos ocho o nueve meses despu
- Page 103 and 104:
de ella había hecho; que mi infide
- Page 105 and 106:
XIXVolviendo a mi historia, la viru
- Page 107 and 108:
Un día me levanté de repente a la
- Page 109 and 110:
Al llegar a mi hogar me encontré c
- Page 111 and 112:
XXUna dama de alcurnia a la que alg
- Page 113 and 114:
Como los males de mi marido aumenta
- Page 115 and 116:
inquietado. Mi paz era tan profunda
- Page 117 and 118:
XXIPor aquel entonces caí en un es
- Page 119 and 120:
XXIISegún se iba acercando mi mari
- Page 121 and 122:
cabeza un descontento tal hacia mí
- Page 123 and 124:
contratar abogados que examinaran s
- Page 125 and 126:
XXIIISiendo ahora una viuda, mis cr
- Page 127 and 128:
Al tener mi mente en ese estado, te
- Page 129 and 130:
XXIVEl Señor se llevó de mí toda
- Page 131 and 132:
tal!Todas mis tribulaciones, junto
- Page 133 and 134:
XXVLa primera persona religiosa que
- Page 135 and 136:
todavía seguía siendo así, cuand
- Page 137 and 138:
éste nunca accedió a entrar en un
- Page 139 and 140:
XXVIUn día, cuando mi marido aún
- Page 141 and 142:
Dios cuanto pudiera, aunque temiese
- Page 143 and 144:
XXVIIEn aquel feliz día de Santa M
- Page 145 and 146:
atribuirle algo; pero si Tú me tom
- Page 147 and 148:
Estas disposiciones han perdurado,
- Page 149 and 150:
XXVIIIMe tuve que desplazar a Parí
- Page 151 and 152:
excepcionales requerían un excepci
- Page 153 and 154:
en Génova, y que habría de sacrif
- Page 155 and 156:
XXIXSi por un lado la Providencia a
- Page 157 and 158:
que yo creía que era Tuyo, y no m
- Page 159 and 160:
En realidad anhelaba contribuir a l
- Page 161 and 162:
Lo puse todo en regla, y firmé el