iluminación. ¿Quién la conoce entonces, y quién nos puede revelaralgunas de sus incógnitas? La destrucción y la muerte nos aseguranhaber escuchado con sus oídos acerca de su fama y renombre. Espues, muriendo a todas las cosas, y estando verdaderamenteperdidos en cuanto a ellas, siguiendo adelante hacia Dios, yexistiendo sólo en Él, que alcanzamos algún saber de la sabiduríaverdadera. Oh, qué poco se sabe de sus caminos y de sus tratos paracon sus muy electos servidores. A lo poco que descubrimos algo deella, nos sorprendemos de la disimilitud existente entre la verdadrecién descubierta y nuestras previas ideas acerca de ella, yclamamos junto a San Pablo: «¡Oh profundidad de las riquezas de lasabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán incomprensibles son susjuicios, e inescrutables sus caminos!» El Señor no juzga las cosas a lamanera de los hombres, que llaman al mal bien y al bien mal, ytienen por justo lo que es abominable a sus ojos, cosas que, según elprofeta, Él considera sucios harapos. Someterá a estricto juicio aestos que se justifican a sí mismos, y como los fariseos, serán másbien objetos de su ira, en vez de objetos de Su amor, o herederos deSus recompensas. ¿No es el propio Cristo quien nos asegura que «sinuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y de losFariseos, no entraremos en el reino de los cielos?» ¿Y quién de entrenosotros se acerca siquiera a ellos en justicia?; o, si vivimos en lapráctica de virtudes, aun muy inferiores a las suyas, ¿no somos diezveces más ostentosos? ¿Quién no se agrada en contemplarse a símismo como justo ante sus propios ojos, y ante los ojos de losdemás? O, ¿quién es el que duda que tal justicia basta para agradar aDios? Sin embargo, vemos la indignación de nuestro Señormanifestada contra tales. Aquel que fue el patrón perfecto en ternuray mansedumbre, aquella que fluye de lo profundo del corazón, y noaquella mansedumbre disfrazada que, bajo forma de paloma, escondeen realidad un corazón de halcón. Él se muestra severo únicamentecon estas personas que se justifican, y los deshonró en público. Quéextraña paleta de colores utiliza para representarlos, mientras quesostiene al pobre pecador con misericordia, compasión y amor, ydeclara que sólo por ellos hubo Él de venir, que era el enfermo elnecesitado de médico, y que Él sólo vino a salvar la oveja perdida dela casa de Israel.¡Oh Tú, Manantial de Amor! ¡Pareces en verdad tan celoso de lasalvación de los que has comprado, que prefieres el pecador al justo!El pobre pecador se ve vil y miserable, de alguna forma restringido adetestarse a sí mismo, y viendo que su estado es tan horrible, se echa8
en su desesperación en los brazos de su Salvador, y se zambulle en lafuente sanadora, y sale de ella «blanco como la nieve». Confundidoentonces por su anterior estado de desorden, sobreabunda de amorhacia Él – el cual teniendo todo el poder, tuvo también la compasiónde salvarle –, siendo el exceso de su amor proporcional a laenormidad de sus crímenes, y la plenitud de su gratitud a laextensión de la deuda saldada. El que se justifica a sí mismo,apoyándose en las muchas buenas obras que imagina ha hecho,parece sostener la salvación en su propia mano, y considera el cielouna justa recompensa a sus méritos. En la amargura de su celoexclama contra todos los pecadores, y perfila las puertas de lamisericordia cerradas contra ellos, y el cielo un lugar al que no tienenderecho. ¿Qué necesidad tiene tales auto justificados de un Salvador?Ya tienen la carga de sus propios méritos. ¡Oh, cuánto tiempoacarrean la carga lisonjera, al tiempo que los pecadores, despojadosde todo, vuelan con presteza en alas de la fe y del amor hacia losbrazos de su Salvador, que sin coste alguno les otorga lo quegratuitamente ha prometido!¡Cuán llenos de amor y de justicia propios, y cuán vacíos delamor de Dios! Se estiman y admiran a sí mismos en sus obras dejusticia, y creen que son una fuente de felicidad. Tan pronto comoestas obras son expuestas al Sol de Justicia, y descubren que todasestán llenas de impureza y vileza, se inquietan en sobremanera.Mientras, la pobre pecadora, Magdalena, es perdonada porque amamucho, y su fe y amor son aceptados como justicia. El inspiradoPablo, quien tan bien entendió estas grandes verdades y tanto lasinvestigó, nos asegura que «su fe le fue contada por justicia» (Rom4:22). Esto es en verdad precioso, pues es cierto que todas lasacciones de aquel santo patriarca fueron estrictamente justas;empero, no viéndolas así, y libre del amor hacia ellas, y despojado deegoísmo, su fe fue fundada sobre el Cristo venidero. Esperó en Élincluso en contra de la esperanza misma, y esto le fue tenido encuenta como justicia, una pura, simple y genuina justicia, obrada porCristo, y no una justicia obrada por sí mismo, y tenida como suyapropia.Puede usted pensar que esto es una grave disgresión del asunto,sin embargo nos guía sin remedio hacia él. Nos muestra que Dioslleva a cabo Su obra, bien en pecadores convertidos, cuyas pasadasiniquidades sirven de contrapeso a su encumbramiento, bien enpersonas cuya justicia propia Él destruye, derrocando el orgulloso9
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XXVIIIMe tuve que desplazar a Parí
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en Génova, y que habría de sacrif
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XXIXSi por un lado la Providencia a
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