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Autobiografía (Parte I) - Cristianía

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en todo el día. Se volvieron riendo, y dijeron: “Entonces no te habráhecho mucho daño”.Me quedo sorprendida ante la ceguera de los confesores, y anteel hecho de que permitan que sus penitentes les oculten buena partede la verdad. El confesor de esta muchacha la hacía pasar por unsanto. Estaba presente cuando lo dijo. Yo no dije nada; pues el amorno me permitía hablar de mis problemas. Habría de consagrárselostodos a Dios por medio de un profundo silencio.Mi marido estaba de mal humor por causa de mi devoción.“¡Qué! – decía –, amas tanto a Dios que a mí ya no me quieres más”.Así de poco comprendía él que el verdadero amor conyugal es aquelque el mismo Señor levanta en el corazón que le ama.Oh, Tú que eres puro y santo, imprimiste en mí desde elprincipio tal amor hacia la castidad, que no había nada en el mundoque no hubiera sufrido con el fin de poseerla y preservarla.Me esforcé en estar de acuerdo en todo con mi marido y enagradarle en todo cuanto pudiera pedir de mí. Dios me dio tal purezade alma en aquel tiempo, que no llegaba a tener ni un malpensamiento. A veces mi marido me decía: “Uno ve claramente que túnunca pierdes la presencia de Dios”.El mundo, al ver que le abandonaba, me perseguía y me hacíaquedar en ridículo. Yo era su juguete y el objeto de sus fábulas. Nopodía soportar que una mujer, de apenas veinte años de edad,hubiera de presentar batalla contra él, y vencer. Mi suegra se pusodel lado del mundo, y me acusaba de no hacer cosas que en el fondole habrían ofendido en gran manera si las hubiera hecho. De la pocacomunión – menos de lo recomendable – que tenía con la criatura, meencontraba como uno que está perdido, y solo. Parecía queexperimentaba aquellas palabras de Pablo: «Y ya no vivo yo, sino queCristo vive en mí». Sus operaciones eran tan poderosas, tan dulces, ytan secretas en su conjunto, que no podía expresarlas. Nos fuimos alcentro del país por algún asunto de negocios. ¡Oh! ¡Qué inefablecomunión experimenté allí en recogimiento espiritual!Para la oración era insaciable. Me levantaba a las cuatro de lamañana a orar. Me desplazaba muy lejos para irme a la iglesia, queestaba situada de tal modo que el carruaje no podía acceder a ella.67

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