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Autobiografía (Parte I) - Cristianía

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habitación con alguno de mis amigos, le enviaban a escuchar lo quedecíamos. Al ver que esto les agradaba, inventaba cientos de cosasque contarles. Si le sorprendía mintiendo, como a menudo hacía, mereconvenía diciendo: “Mi abuela dice que tú has sido una mentirosamás grande que yo”. Yo contestaba: “Por eso yo sé lo feo que es esevicio y lo difícil que es no hacerlo; y por esta razón no permitiré quesufras igual que yo”. Me decía cosas muy ofensivas. Como veía elmiedo que yo tenía hacia su abuela y su padre, si durante suausencia le corregía en cualquier cosa, me reconvenía de formainsultante. Decía que era ahora cuando le quería mangonear, porqueno estaban allí. A ellos todo esto les parecía bien. Un día lo llevaron aver a mi padre, y delante suya empezó a hablar alocadamente mal demí, como solía hacer con su abuela. Pero allí no se encontró con lamisma recompensa. Hizo que a mi padre se le saltaran las lágrimas.Padre se allegó a nuestra casa para hacerles ver su deseo de que elniño fuera corregido. Le prometieron que se haría, pero nunca lohicieron. Yo estaba seriamente preocupada y temerosa de lasconsecuencias de una educación tan pésima. Se lo comenté a laMadre Granger, que decía que, puesto que no lo podía remediar, lodebía soportar y dejar todo en manos de Dios. Este niño sería micruz.Otra de las mayores cruces, era la dificultad que tenía enatender a mi marido. Yo sabía que no le agradaba que no estuvieracon él; pero cuando estaba con él, nunca expresaba complacenciaalguna. Al contrario, menospreciaba con desdén cualquier funciónque yo desempeñara. Me ponía las cosas tan difíciles en todo, quealgunas veces temblaba cuando me acercaba a él. No hacía nada a sugusto; y cuando no le atendía, se enfadaba. Le había tomado talmanía a la sopa, que no soportaba ni verla. Aquellos que se laofrecían se llevaban una ruda bienvenida. Ni su madre ni ninguno delos sirvientes se la llevaban. No había nadie más que yo que norechazara ese trabajo. Se la traía y dejaba que pasara su enfado;después trataba de convencerle de alguna buena manera para que sela tomara. Le decía: “Que me reprendan varias veces al día antes quesoportar el verte sufrir por no traerte lo que Dios manda”. Algunasveces se la tomaba; otras la empujaba a un lado.Cuando estaba de buen humor y yo traía algo que era de sugusto, entonces mi suegra me lo arrancaba de las manos y ellamisma lo llevaba. Como pensaba que no ponía el suficiente cuidado yesmero para satisfacerle, se ponía furioso conmigo y le expresaba98

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