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Autobiografía (Parte I) - Cristianía

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mortificación. En realidad, la recolección es el principal medio por elque obtenemos una conquista de los sentidos. Nos desprende ysepara de aquellos, y mina dulcemente la causa misma de la quederiva su influencia sobre nosotros.Cuanto más aumentabas Tú mi amor y mi paciencia, oh miSeñor, menos treguas tenía yo con las más opresivas cruces, aunqueel amor las hiciera fácil de soportar.Pobres almas vosotras, que os agotáis con tribulacionesinnecesarias; si buscareis a Dios en vuestros corazones, prontohabría un fin para todos vuestras molestias. El aumento de lascruces llegaría a la par de vuestro deleite.Al principio, el amor sediento de mortificación me indujo abuscar e inventar varias clases de aquellas. Es sorprendente que tanpronto como la amargura de cualquier nueva clase de mortificaciónse había agotado, se me señalaba otra diferente y era guiadainteriormente a ser su sombra. El amor divino alumbró tanto micorazón, y tanto escudriñó sus manantiales secretos, que los másdiminutos defectos quedaban al descubierto. Cuando estaba a puntode hablar, algo incorrecto se me dejaba ver, y me veía forzada alsilencio. Si permanecía callada, enseguida se descubrían defectos. Entoda acción había algo defectuoso... en mis mortificaciones, mispenitencias, mis dádivas, mis retiros, tenía yo falla. Cuandocaminaba, veía que había algo incorrecto; si de alguna forma hablabayo en mi propio favor, veía orgullo. Si me decía a mí misma: “Ay, nohablaré más”, aquí estaba el yo. Si era abierta y alegre, mecondenaba. El puro amor siempre encontraba algo sobre lo querecriminarme, y tenía el celo de que nada pasara inadvertido. No eraque yo fuera particularmente atenta conmigo misma, pues sólo conrecelo me podía mirar a mí misma. Mi atención hacia Dios, medianteun apego de mi voluntad a la suya, no cesaba. Yo esperabacontinuamente en Él, y Él cuidaba de mí sin cesar, y de tal manerame guiaba Él así por su providencia, que me olvidé de todas lascosas. No sabía como expresarle a nadie lo que sentía. Tan perdidaestaba hacia mí misma, que a duras penas podía incurrir enexaminarme. Cuando lo intentaba, todas las ideas sobre mí mismadesaparecían de inmediato. Me veía a mí misma atareada con miÚNICO OBJETO y no podía hacer una distinción de mis ideas. Fuiabsorbida en una paz inexpresable; veía a través del ojo de la fe queera Dios el que así me poseía al completo, pero para nada razonaba62

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