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El Conflicto de los Siglos por Elena de White

Se recrudece una guerra espiritual. Embatallados en El Conflicto de los Siglos, desde la eternidad pasada hasta los tiempos actuales, se están luchando dos fuerzas una contra el otra por la soberanía universal. Este libro se explica cómo inició la guerra, cómo llegará el punto culminante y cómo se terminará. Con desarrollos muy chocantes que pican la mente y despiertan las ascuas del alma, también la obra ilumina la visión y da revelación acerca de la manipulación espiritual, la política mundial, los regímenes represivos, los movimientos religiosos, los derechos y las libertades amenazados y la decodificación del misterio de la profecía.

Se recrudece una guerra espiritual. Embatallados en El Conflicto de los Siglos, desde la eternidad pasada hasta los tiempos actuales, se están luchando dos fuerzas una contra el otra por la soberanía universal. Este libro se explica cómo inició la guerra, cómo llegará el punto culminante y cómo se terminará. Con desarrollos muy chocantes que pican la mente y despiertan las ascuas del alma, también la obra ilumina la visión y da revelación acerca de la manipulación espiritual, la política mundial, los regímenes represivos, los movimientos religiosos, los derechos y las libertades amenazados y la decodificación del misterio de la profecía.

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<strong>El</strong> <strong>Conflicto</strong> <strong>de</strong> <strong>los</strong> Sig<strong>los</strong><br />

la congregación <strong>de</strong> Israel <strong>de</strong>bía pasar el día en solemne humillación ante Dios, con oración, ayuno y<br />

examen profundo <strong>de</strong>l corazón.<br />

<strong>El</strong> servicio típico enseña im<strong>por</strong>tantes verda<strong>de</strong>s respecto a la expiación. Se aceptaba un substituto<br />

en lugar <strong>de</strong>l pecador; pero la sangre <strong>de</strong> la víctima no borraba el pecado. Sólo proveía un medio para<br />

transferirlo al santuario. Con la ofrenda <strong>de</strong> sangre, el pecador reconocía la autoridad <strong>de</strong> la ley, confesaba<br />

su culpa, y expresaba su <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> ser perdonado mediante la fe en un Re<strong>de</strong>ntor <strong>por</strong> venir; pero no estaba<br />

aún enteramente libre <strong>de</strong> la con<strong>de</strong>nación <strong>de</strong> la ley. <strong>El</strong> día <strong>de</strong> la expiación, el sumo sacerdote, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />

haber tomado una víctima ofrecida <strong>por</strong> la congregación, iba al lugar santísimo con la sangre <strong>de</strong> dicha<br />

víctima y rociaba con ella el propiciatorio, encima mismo <strong>de</strong> la ley, para dar satisfacción a sus exigencias.<br />

Luego, en calidad <strong>de</strong> mediador, tomaba <strong>los</strong> pecados sobre sí y <strong>los</strong> llevaba fuera <strong>de</strong>l santuario. Poniendo<br />

sus manos sobre la cabeza <strong>de</strong>l segundo macho cabrío, confesaba sobre él todos esos pecados,<br />

transfiriéndo<strong>los</strong> así figurativamente <strong>de</strong> él al macho cabrío emisario. Este <strong>los</strong> llevaba luego lejos y se <strong>los</strong><br />

consi<strong>de</strong>raba como si estuviesen para siempre quitados y echados lejos <strong>de</strong>l pueblo.<br />

Tal era el servicio que se efectuaba como mera representación y sombra <strong>de</strong> las cosas celestiales.<br />

Y lo que se hacía típicamente en el santuario terrenal, se hace en realidad en el santuario celestial.<br />

Después <strong>de</strong> su ascensión, nuestro Salvador empezó a actuar como nuestro Sumo Sacerdote. San Pablo<br />

dice: "No entró Cristo en un lugar santo hecho <strong>de</strong> mano, que es una mera representación <strong>de</strong>l verda<strong>de</strong>ro,<br />

sino en el cielo mismo, para presentarse ahora <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> Dios <strong>por</strong> nosotros." (Hebreos 9: 24, V.M.) <strong>El</strong><br />

servicio <strong>de</strong>l sacerdote durante el año en el primer <strong>de</strong>partamento <strong>de</strong>l santuario, "a<strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l velo" que<br />

formaba la entrada y separaba el lugar santo <strong>de</strong>l atrio exterior, representa la obra y el servicio a que dio<br />

principio Cristo al ascen<strong>de</strong>r al cielo. La obra <strong>de</strong>l sacerdote en el servicio diario consistía en presentar<br />

ante Dios la sangre <strong>de</strong>l holocausto, como también el incienso que subía con las oraciones <strong>de</strong> Israel. Así<br />

es como Cristo ofrece su sangre ante el Padre en beneficio <strong>de</strong> <strong>los</strong> pecadores, y así es como presenta ante<br />

él, a<strong>de</strong>más, junto con el precioso perfume <strong>de</strong> su propia justicia, las oraciones <strong>de</strong> <strong>los</strong> creyentes<br />

arrepentidos. Tal era la obra <strong>de</strong>sempeñada en el primer <strong>de</strong>partamento <strong>de</strong>l santuario en el cielo.<br />

Hasta allí siguieron <strong>los</strong> discípu<strong>los</strong> a Cristo <strong>por</strong> la fe cuando se elevó <strong>de</strong> la presencia <strong>de</strong> el<strong>los</strong>. Allí<br />

se concentraba su esperanza, "la cual —dice San Pablo— tenemos como ancla <strong>de</strong>l alma, segura y firme,<br />

y que penetra hasta a lo que está <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l velo; adon<strong>de</strong>, como precursor nuestro, Jesús ha entrado <strong>por</strong><br />

nosotros, constituido sumo sacerdote para siempre." "Ni tampoco <strong>por</strong> medio <strong>de</strong> la sangre <strong>de</strong> machos <strong>de</strong><br />

cabrío y <strong>de</strong> terneros, sino <strong>por</strong> la virtud <strong>de</strong> su propia sangre, entró una vez para siempre en el lugar santo,<br />

habiendo ya hallado eterna re<strong>de</strong>nción." (Hebreos 6: 19, 20; 9: 12, V.M.)<br />

Este ministerio siguió efectuándose durante dieciocho sig<strong>los</strong> en el primer <strong>de</strong>partamento <strong>de</strong>l<br />

santuario. La sangre <strong>de</strong> Cristo, ofrecida en beneficio <strong>de</strong> <strong>los</strong> creyentes arrepentidos, les aseguraba perdón<br />

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