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El Conflicto de los Siglos por Elena de White

Se recrudece una guerra espiritual. Embatallados en El Conflicto de los Siglos, desde la eternidad pasada hasta los tiempos actuales, se están luchando dos fuerzas una contra el otra por la soberanía universal. Este libro se explica cómo inició la guerra, cómo llegará el punto culminante y cómo se terminará. Con desarrollos muy chocantes que pican la mente y despiertan las ascuas del alma, también la obra ilumina la visión y da revelación acerca de la manipulación espiritual, la política mundial, los regímenes represivos, los movimientos religiosos, los derechos y las libertades amenazados y la decodificación del misterio de la profecía.

Se recrudece una guerra espiritual. Embatallados en El Conflicto de los Siglos, desde la eternidad pasada hasta los tiempos actuales, se están luchando dos fuerzas una contra el otra por la soberanía universal. Este libro se explica cómo inició la guerra, cómo llegará el punto culminante y cómo se terminará. Con desarrollos muy chocantes que pican la mente y despiertan las ascuas del alma, también la obra ilumina la visión y da revelación acerca de la manipulación espiritual, la política mundial, los regímenes represivos, los movimientos religiosos, los derechos y las libertades amenazados y la decodificación del misterio de la profecía.

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<strong>El</strong> <strong>Conflicto</strong> <strong>de</strong> <strong>los</strong> Sig<strong>los</strong><br />

a ponerse un dique al arrogante po<strong>de</strong>r que negaba todo <strong>de</strong>recho a apelar <strong>de</strong> sus <strong>de</strong>cisiones. Pero las<br />

multitu<strong>de</strong>s supersticiosas y dadas al pecado se aterrorizaron cuando vieron <strong>de</strong>svanecerse <strong>los</strong> sofismas<br />

que amortiguaban sus temores.<br />

Los astutos eclesiásticos, al ver interrumpida su obra que sancionaba el crimen, y en peligro sus<br />

ganancias, se airaron y se unieron para sostener sus pretensiones. <strong>El</strong> reformador tuvo que hacer frente a<br />

implacables acusadores, algunos <strong>de</strong> <strong>los</strong> cuales le culpaban <strong>de</strong> ser violento y ligero para apreciar las cosas.<br />

Otros le acusaban <strong>de</strong> presuntuoso, y <strong>de</strong>claraban que no era guiado <strong>por</strong> Dios, sino que obraba a impulso<br />

<strong>de</strong>l orgullo y <strong>de</strong> la audacia. "¿Quién no sabe —respondía él— que rara vez se proclama una i<strong>de</strong>a nueva<br />

sin ser tildado <strong>de</strong> orgul<strong>los</strong>o, y sin ser acusado <strong>de</strong> buscar disputas? . . . ¿Por qué fueron inmolados<br />

Jesucristo y todos <strong>los</strong> mártires ? Porque parecieron <strong>de</strong>spreciar orgul<strong>los</strong>amente la sabiduría <strong>de</strong> su tiempo<br />

y <strong>por</strong>que anunciaron noveda<strong>de</strong>s, sin haber consultado previa y humil<strong>de</strong>mente a <strong>los</strong> órganos <strong>de</strong> la opinión<br />

contraria." Y añadía: "No <strong>de</strong>bo consultar la pru<strong>de</strong>ncia humana, sino el consejo <strong>de</strong> Dios. Si la obra es <strong>de</strong><br />

Dios, ¿quién la contendrá? Si no lo es ¿quién la a<strong>de</strong>lantará? ¡Ni mi voluntad, ni la <strong>de</strong> el<strong>los</strong>, ni la nuestra,<br />

sino la tuya, oh Padre santo, que estás en el cielo!" —Id., lib. 3, cap. 6.<br />

A pesar <strong>de</strong> ser movido Lutero <strong>por</strong> el Espíritu <strong>de</strong> Dios para comenzar la obra, no había <strong>de</strong> llevarla<br />

a cabo sin duros conflictos. Las censuras <strong>de</strong> sus enemigos, la manera en que falseaban <strong>los</strong> propósitos<br />

<strong>de</strong> Lutero y la mala fe con que juzgaban <strong>de</strong>sfavorable e injustamente el carácter y <strong>los</strong> móviles <strong>de</strong>l<br />

reformador, le envolvieron como ola que todo lo sumerge; y no <strong>de</strong>jaron <strong>de</strong> tener su efecto. Lutero había<br />

abrigado la confianza <strong>de</strong> que <strong>los</strong> caudil<strong>los</strong> <strong>de</strong>l pueblo, tanto en la iglesia como en las escuelas se unirían<br />

con él <strong>de</strong> buen grado para colaborar en la obra <strong>de</strong> reforma. Ciertas palabras <strong>de</strong> estímulo que le habían<br />

dirigido algunos personajes <strong>de</strong> elevada categoría le habían infundido gozo y esperanza. Ya veía<br />

<strong>de</strong>spuntar el alba <strong>de</strong> un día mejor para la iglesia; pero el estímulo se tornó en censura y en con<strong>de</strong>nación.<br />

Muchos dignatarios <strong>de</strong> la iglesia y <strong>de</strong>l estado estaban plenamente convencidos <strong>de</strong> la verdad <strong>de</strong> las tesis;<br />

pero pronto vieron que la aceptación <strong>de</strong> estas verda<strong>de</strong>s entrañaba gran<strong>de</strong>s cambios. Dar luz al pueblo y<br />

realizar una reforma equivalía a minar la autoridad <strong>de</strong> Roma y <strong>de</strong>tener en el acto miles <strong>de</strong> corrientes que<br />

ahora iban a parar a las arcas <strong>de</strong>l tesoro, lo que daría <strong>por</strong> resultado hacer disminuir la magnificencia y el<br />

fausto <strong>de</strong> <strong>los</strong> eclesiásticos. A<strong>de</strong>más, enseñar al pueblo a pensar y a obrar como seres responsables,<br />

mirando sólo a Cristo para obtener la salvación, equivalía a <strong>de</strong>rribar el trono pontificio y <strong>de</strong>struir <strong>por</strong><br />

en<strong>de</strong> su propia autoridad. Por estos motivos rehusaron aceptar el conocimiento que Dios había puesto a<br />

su alcance y se <strong>de</strong>clararon contra Cristo y la verdad, al oponerse a quien él había enviado para que les<br />

iluminase.<br />

Lutero temblaba cuando se veía a sí mismo solo frente a <strong>los</strong> más opulentos y po<strong>de</strong>rosos <strong>de</strong> la tierra.<br />

Dudaba a veces, preguntándose si en verdad Dios le impulsaba a levantarse contra la autoridad <strong>de</strong> la<br />

iglesia. "¿Quién era yo —escribió más tar<strong>de</strong>— para oponerme a la majestad <strong>de</strong>l papa, a cuya presencia<br />

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