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La Sirena Varada: Año II, Número 6

El sexto número de "La sirena varada: Revista literaria"

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Mi abuela hace cosas raras, desalojó<br />

a una anciana, eso me dio<br />

pena. Nunca vi a la anciana y la<br />

inquilina nueva no se me hacía desconocida,<br />

esta familiaridad que tengo<br />

con los extraños es debido a la renta de<br />

los cuartos de la gran casa.<br />

Comprendía ese sentimiento de melancolía<br />

y soledad de mi abuela, ella<br />

no soportaba a la otra anciana, tenerla<br />

cerca, no sabía si yo también era quien<br />

no soportaba ese acercamiento senil.<br />

Al tener el cuarto disponible a los<br />

días llegó ella, una mujer con gestos<br />

de madurez y el cuerpo desdibujado<br />

de una adolescente. Ese día mi abuela<br />

preparó un té oloroso de hierbas amarillas<br />

con miel para olvidar el calor, sus<br />

nervios y el estrés.<br />

El verano y los zancudos eran pretexto<br />

para salir ya de tarde. Así decidí<br />

revisar mi lista de música, depurar<br />

contactos del celular y redes sociales.<br />

Lo denso del calor y el letargo hacían<br />

una costumbre de mi hastío, me dispuse<br />

a prender una colilla «debe tener<br />

un poco» Pensé mientras le daba una<br />

fuerte calada.<br />

En ese momento percaté su llegada,<br />

la «nueva inquilina», el perro la anunciaba<br />

desde hace tres días. Tras cruzar<br />

con la mirada el patio común, la vi,<br />

ella tenía movimientos delicados, los<br />

gestos en su cara contrastaban, no sé<br />

bien qué, pero era «algo». Tengo bruma<br />

en la mente y su imagen en mi pensamiento<br />

se esparcía. Una curiosidad me<br />

atrajo a ella, un acertijo ¿Qué me había<br />

inquietado en su imagen?<br />

A una semana estaré sin vacaciones,<br />

se me ha hecho costumbre esperarla<br />

de la peletería de la otra colonia, ese<br />

lugar huele a piel y ella traía ese olor;<br />

sabía que la observaba, cruzaba el patio<br />

envuelta en toalla entre su premura<br />

y precaución para que su casera, mi<br />

abuela, no la viera, se desplazaba con<br />

torpeza y sensualidad. Juntos urdimos<br />

un juego sutil de señas y miradas.<br />

Yo perdía las reservas de serenidad,<br />

el olor a piel curtida, gestos sin adolescencia,<br />

el viaje de mi adquisición emocional<br />

hacían aquel extraño deseo; la<br />

buscaba, espiaba, asediaba… Quería<br />

ver su piel, quería oler aquella piel.<br />

Un sábado mi abuela atendiendo su<br />

rutina cristiana se preparaba para ir a<br />

la iglesia. Yo estaba en el patio atendiendo<br />

al perro que parece enfermo.<br />

Advertí como la nueva inquilina se despedía<br />

en forma de agradecimiento, yo<br />

reconocía ese gesto cuando están por<br />

irse de los cuartos.<br />

Ese día ella salió temprano de trabajar,<br />

cargaba cosas, bolsas de sal y<br />

algunas botellas de químicos y abrasivos,<br />

la acompañé a su cuarto mientras<br />

aligeraba su carga. De pie en su puerta<br />

mientras con seductora torpeza abría la<br />

atrancada cerradura, tenía que aplicar<br />

fuerza, hacer palanca; al inclinarse noté<br />

una cicatriz en su cara, recordé el acné<br />

de las adolescentes y mi ser produjo rechazo,<br />

pasé las bolsas a una mano, con<br />

el brazo libre di un jalón a la puerta para<br />

abrirla. <strong>La</strong> inquilina me ofreció entrar<br />

por cortesía; no acepté y tras percibir un<br />

golpe envolvente de olor penetrante de<br />

ahí me produjo un síncope que arrebató<br />

mi ser. Ella dejó sus cosas tomó de mi<br />

mano las bolsas, «casi, casi» rozó mis<br />

dedos. Me retiré y me llevé esa atmósfera,<br />

nube olorosa y hechizante.<br />

Acostado en mi habitación repasaba<br />

mentalmente el suceso, un instante<br />

que recreé toda la tarde agregando y<br />

quitando detalles. No sé si por cansancio<br />

o mareo le daba rienda suelta a una<br />

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